miércoles, 10 de febrero de 2016

Viaje a Mardin: kurdos, libros infantiles y una larga historia (I)

En Cizre los niños kurdos pasan más tiempo lanzando cocktailes molotov que leyendo libros como los que me da Osmán


En una enorme mansión del centro de la ciudad de Mardin, Osman Baran quiere enseñarme algo: un libro infantil. Es más: muchos libros infantiles. Se empeña en que me los lleve a España y se los enseñe a todo el mundo. Gracias, le digo, pero me incomoda pensar en llevar esa enorme colección de libros infantiles en la mochila. 'Por libros como estos ha muerto gente en el Kurdistán', me dice serio y entonces bajo los ojos y los hojeo. Me parecen inocentes dibujos infantiles, están subtitulados y los libros además pueden leerse en dos direcciones.

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'Están escritos en turco y en kurdo y eso siempre ha sido un acto revolucionario', me dice Osman a través de mi amigo Yan, un arquitecto de Estambul que traduce al español. ¿Revolucionario un libro infantil? Miro circunspecto a Yan, con sus enormes pantalones bombachos, miro ceñudo a Osman, con su enorme bigote y su cara de oso grandote.

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Pues sí. Los libros infantiles pueden ser revolucionarios y prácticamente cualquier cosa podía alcanzar esa categoría. Por ejemplo, en 2006 el alcalde de la cercana ciudad de Diyarbakir, Abdullah Demirbas, del partido Paz y Democracia, inauguró una estatua dedicada a la lucha contra el maltrato infantil y la fiscalía lo llevó a juicio porque pensó que era una clara alusión un niño kurdo de 12 años muerto por la policía turca durante una protesta. Las acusaciones de la fiscalía turca durante la primera década del siglo XXI alcanzaron ribetes de surrealismo por juicios como estos:

- Imprimir anuncios en turco y kurdo para concienciar sobre la lucha de los Derechos Humanos

- Traducir el sistema libre de software Ubuntu al kurdo

- Publicar libros para niños en kurdo y turco

- Publicar libros en lengua kurda sobre cómo mejorar la salud en zonas rurales

- Publicar un libro con nombres kurdos para bebés

- Repartir felicitaciones con la palabra kurda del nuevo año kurdo: Newroz

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Hoy cosa ha cambiado levemente pero Osman recuerda orgulloso que fue su padre, Aziz, uno de los luchadores locales de la causa kurda. 'Mi padre levantó el primer cine de la ciudad, el primer festival de teatro, impulsó la publicación de libros escritos en turco y kurdo', comenta apasionado este antiEdipo completamente rendido a su papi. 'Llévese los libros', me insiste, y sin saber muy bien por qué aparezco en mi hotel con una colección completa de libros infantiles escritos en kurdo. Y con ellos me llevo la historia de los Baran, que el bueno de Osman se empeña en que escriba minuciosamente, desde 1927, cuando su abuelo, Aziz, fue expulsado de la ciudad tras la rebelión de Sheikh Said, que pretendía resucitar ese Califato que ahora levanta el Estado Islámico algo más al sur. 'La historia de mi padre es la historia de los kurdos en el siglo XX', dice, 'primero el genocidio cristiano, luego las revueltas por la identidad religiosa, más tarde la desaparición de la conciencia de etnia, luego los devaneos con los partidos comunistas y ahora la lucha por la integración'.

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Las calles de Mardin son color miel y repletas de enormes mansiones que por la noche resultan tétricas y oscuras pero encantadoras

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El propio Sheikh Said murió ahorcado en 1925 indignado con un Ataturk que no quería más etnias que la turca en Turquía ni más religión que el Laicismo. Una afrenta que atormentaba a muchos kurdos piadosos, que no habían dudado en asesinar a cientos de miles de cristianos a las órdenes de los tres Pachás, culpables para siempre del genocidio de armenios y asirios como muestra de su lealtad al imperio otomano, un genocidio que ha pasado a la memoria kurda como Seifo, 'el año de la espada'. Claro que aquellos tiempos ya quedaron atrás y los tres Pachás y el mismo imperio otomano eran el recuerdo de una grandeza que ya no se vería más: era la hora de recuperar su identidad, pensaron antes de caer borrados por el enérgico Ataturk.

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El abuelo de Osman, Aziz, diluyó su espíritu kurdo en un mar de aculturación en el que cualquier etnia distinta de la turca no existía por decreto. Los kurdos fueron denominados entonces 'turcos de las montañas', y el esplendor pasado, (los kurdos se consideran descendientes de los Medos), se diluyó igualmente, a pesar de suponer un tercio de la población del país. Aziz encontró esposa en Diyarbakir y regresó a su ciudad natal cuando la revuelta se calmó para probar suerte en el transporte porque los seres humanos, pensaba, siempre necesitan comer y beber, dormir en una cama, vestirse e ir a otros lugares. Todo lo demás es accesorio, irá y vendrá, pero lo básico siempre será lo más seguro. Por eso, y una vez hicieron dinero con el transporte, acondicionaron la gran casa familiar como hotel. Era el año 1952 y todo funcionó hasta la muerte del patriarca, quien dejó como heredero al joven Aziz, el padre de Osman, con sólo 17 años, un joven que decidió estudiar economía para afianzar el pequeño imperio familiar.

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Y así, el joven heredero que rezaba cinco veces y cuyo padre había luchado por imponer la sharía descubre de pronto el marxismo y cae fascinado por las teorías del alemán. Tanto que en 1974 el hasta entonces rentable hotel cayó fulminado por las deudas. Y Aziz, obsesionado por las injusticias sociales, se presentó a las elecciones como kurdo marxista en una época de militares anticomunistas y de kurdos que no sabían que eran kurdos. Y encima perdió por sólo 125 votos. Aziz vuelve a intentarlo nuevamente en 1978, continúa Osmán, ahora en coalición con un amigo que admira a Mao Zedong, ¡¡un maoísta kurdo en las desérticas llanuras de la Anatolia turca!!. Así, de coalición en coalición, Aziz llega al Partido Turco Socialista del Proletariado, uno más de las decenas de partidos comunistas que jalonaba la Turquía de los años 70, y logra, ya en 1980, un tercio de todos los votos de su ciudad: Mardin. Pero el gafe acompañaba al ya político Aziz y el 12 de septiembre de 1980 el ejército irrumpe en la escena política con un golpe de estado marcado por una premisa: todos turcos, todos hermanos. Así pues, sobran las etnias diferentes, sobran llamadas religiosas a instaurar la sharía, sobran las guerrillas revolucionarias y étnicas (como el PKK de Abdullah Ocalan). Y el Aziz político, marxista, socialista y maoísta huye porque es sospechoso doble, por kurdo y por rojo, y huye hasta la (para mí) exótica Iskenderum, en la actual Irak, y tan asfixiado está el hombre que desempolva su espíritu empresarial cubierto durante años por gruesas capas de marxismo y triunfa con un negocio de avituallamiento de barcos.

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Con el tiempo, y los militares lejos del poder (aunque no tanto), Aziz vuelve a casa, ya algo menos marxista pero siempre un izquierdista convencido y vuelve a deambular de partido en partido hasta que, en 1998, consigue el cargo de gobernador y hasta un puesto como parlamentario en Ankara (aunque el sistema electoral turco del momento invalida a los vencedores si el partido no logra un mínimo del 10% de la votación total). Sus últimos años los pasa en un quiero y no puedo, expulsado de la política por la nomenklatura y no por los votantes. Aziz se da a la bebida, a internet y a los cigarros que su madre le liaba compulsivamente. Ahora, ciego y casi paralizado, Aziz ofrece consejo a los kurdos que quieren escucharlo, les recuerda cómo sus compañeros terminaron muertos o en prisión y que la burocracia y la represión terminaron por minar su alma. Pero no la del pueblo kurdo, me dice su hijo, Osmán, mientras une en un hato todos los libros infantiles. No hay escapatoria: tendré que llevarme el lote entero, pero el rato y la historia han merecido la pena...

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jueves, 14 de enero de 2016

Viaje a Diyarbakir: en el quinto lugar más sagrado del islam



En el centro de la ciudad antigua de Diyarbakir eleva su minarete una gran mezquita. Los vecinos la llaman Ulu Cami y presumen de que es el quinto lugar más sagrado del Islam, tras las mezquitas de La Meca, Medina, Jerusalem (Al Aqsa) y Damasco (los Omeya). En el patio los fieles salen de rezar con evidente satisfacción, cae la tarde en Diyarbakir y los vecinos, kurdos casi todos, vuelven a casa tras sus oraciones. Miro el templo como lo han mirado miles de personas en los últimos dos mil años porque la mezquita, hoy tan sagrada para los musulmanes, fue antes catedral cristiana y antes incluso, y sin que llegue a averiguar muy bien qué, templo pagano, tal vez romano. Y antes, quién sabe qué más.

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Hace muchos años, cuando esta ciudad se llamaba Amida, y hablo del siglo I D.C. en el centro del casco antiguo se levantaba un templo que ya entonces era muy antiguo. Pero llegaron unos tipos estrafalarios predicando unas ideas nuevas sobre un dios muy poderoso que repartía amor en lugar de castigos y los vecinos de Amida se sintieron atraídos por la nueva buena. Nadie recuerda de dónde venían esos hombres y hasta hoy se especula que pudieron venir de Jerusalem, enviados por San Juan, o tal vez desde Antioquia, enviados por San Pedro, o quién sabe, puede que vinieran de Edessa, hoy Urfa, patria de Abraham y lugar asignado por los primeros cristianos a Santo Tomás.

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La cosa es que esta última opción tiene sus defensores porque la iglesia que se levantó se llamó Santo Tomás y nadie cree que se le haya puesto ese nombre porque sí. Sea como sea, la historia nos devuelve los ecos de una época en la que la antigua Amida era el centro de una región cargada de profetas y visionarios, de apóstoles y enviados de dios: los armenios también tienen aquí una importante iglesia, la de Surp Giragos (una importancia que creció en 2012, cuando en su interior se celebró la primera misa armenia en la región tras el genocidio de 1915) y aseguran que San Bartolomé y Tadeo pasaron por aquí camino a Armenia y que hasta en un año tan temprano como el 325 D.C un obispo local llamado Simón de Amida participó en el primer concilio ecuménico de Nicea, lo que da idea de la importancia de esta población en la cristiandad más remota.

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Un centro cristiano, en todo caso, que desapareció hace ya milenio y medio y que convierte las historias de los antiguos asirios, o griegos, o tal vez armenios (o lo que fueran) en un sueño lejano del que apenas resta nada más que ecos perdidos rebotando en las estrechas calles del casco histórico. Porque la ciudad ya no se llama Amida sino Diyarbakir, los campanarios no son ya tales sino minaretes de mezquitas y de los armenios y asirios apenas queda un puñado escondido en alguna calle remota.

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Hoy la ciudad es turca y conocida por dos asuntos: su muralla, que es la segunda más larga del mundo (pincha aquí), y por los kurdos, que la han convertido en la capital oficiosa (y especialmente combativa) del Kurdistán, ese país que sólo existe, mal que bien, en el norte de Irak (pincha aquí). Por eso las crónicas antiguas muestran una ciudad que hoy parece irreal, extinguida, perdida en la memoria, una ciudad que tuvo más de treinta iglesias cristianas pertenecientes a un montón de ritos distintos, desde los apostólicos armenios a los sirios ortodoxos, desde los católicos sirios a los católicos árabes, de los griegos ortodoxos a los nestorianos, desde los caldeos a los jacobitas: un centro de estudios y discusiones sobre el cristianismo que atraía eruditos y aspirantes de toda Mesopotamia. Hoy, como decía, apenas queda un puñado de ellos que se reúnen frecuentemente todos juntos como para insuflarse algo de ánimo ante la ola de islam que los rodea.

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El caso es que si Amida conoció el cristianismo desde sus primeros días, también conoció el islam desde su inicio. Tanto, que la antigua iglesia de Santo Tomás cayó en manos de los primeros musulmanes en una fecha tan temprana como 639 D.C. quienes la conviertieron en lugar de culto para Allah. Las tribus árabes enfervorizadas por el recién nacido Islam derrotaron a las fuerzas del emperador Heraclio y establecieron una continuación del califato que dirigía en aquel momento el compadre de Mahoma, Abu Bakir, que terminó por dar nombre a la ciudad (Diyar-Bakir, aunque Atatürk era tan turco que le cambió el significado: tierra del cobre, en su idioma.)

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Una mezquita que desde el principio tuvo su interés porque hoy acoge cuatro escuelas distintas del islam, una mezquita en la caben cinco mil fieles y que hoy se enseñorea del centro de la ciudad desde su captura. Claro que la sombra de aquel minarete del 639 no es la misma que hoy porque en el año 1091 D.C. la comarca sufrió un terremoto que generó a su vez un incendio que calcinó un edificio que era una suma de templos y hubo que levantarlo otra vez. Atrás dejó la primera mezquita, la última iglesia y los misteriosos templos de la Antigüedad y, sobre todo, el ambiente de buen rollo que parece hubo durante los primeros años porque los invasores aceptaron a los cristianos en el interior del templo (que era suyo, por cierto) hasta el 770 D.C., unos años que debieron de ser llamativos al rezar todos en su interior, es de pensar que con cierto orden y concierto.

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El caso es que miro las columnas y tienen pinta como de griegas, miro los relieves y me parecen asirios, miro el conjunto y tiene algo de romano. Las inscripciones tienen aire a ejercicio caligráfico, la piedra negra basáltica refrenda la robustez de la construcción y el interior me recuerda a la mezquita de los Omeya en Damasco. Ya no queda ni el recuerdo de aquella iglesia de Santo Tomás más allá de las conversaciones de los asirios de la ciudad: 'era nuestra iglesia', me dice ceñudo el párroco de la iglesia de la Virgen María, también en Diyarbakir, como recordando, quién sabe, una vida pasada en la que él también peregrinó por los desiertos de la Anatolia buscando almas a las que convertir. La mezquita actual fue parte del imperio Selyúcida pero su pórtico oriental, por ejemplo, parece otra cosa y hay quien dice que pudo ser un teatro romano. Las columnas y los capiteles, desde luego, tienen poco de islámico y tan sólo las piadosas musulmanas sentadas a sus pies me recuerdan que estoy en tierra de Dar el Islam. Hay partes que pueden proceder de edificios bizantinos. El interior de la mezquita, eso sí, ha cambiado porque antes parecía que dentro existía un auténtico bosque de columnas que hoy ha dado paso a un espacio abierto y tan desierto en su interior como las extensas planicies que rodean la ciudad.

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En todo caso, un lugar sagrado con mucha más historia de la que se ve a simple vista. Salgo de la mezquita y un nutrido grupo de muchachos corre calle abajo mientras a lo lejos un furgón policial grita algo en turco. Es una bofetada de realidad: Amida no existe, la iglesia de Santo Tomás tampoco, estoy en Diyarbakir, territorio kurdo, territorio combativo, territorio del islam. Y la Ulu Cami, me recuerda un joven a mi lado, es su quinto lugar más sagrado...

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miércoles, 13 de enero de 2016

Viaje a Israel: revivir al mar Muerto para que siga muerto


Intento hundirme pero no hay modo: el agua me expulsa de su fondo. La superficie aparece moteada de voluminosos cuerpos que experimentan la misma sensación: son peregrinas rusas que aprovechan un alto en el pío camino de Jerusalem para sentirse gráciles plumas que nadie puede hundir. El mar Muerto es un reclamo turístico para sus dos orillas, la de Israel y la de Jordania, y añade un elemento distinto al turismo religioso o al interés geopolítico de la región. Pero el mar Muerto tiene un problema que nadie sabe exactamente cómo resolver: se está secando y eso crea una de esas paradojas que tanto me gustan: el mar Muerto se muere y los países limítrofes quieren revivirlo para que siga estando muerto.

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El problema radica en la crónica carencia de agua de la región. Israel, Jordania y hasta Siria toman agua de los afluentes que vierten sus corrientes en este mar tan salado, desde el río Jordán a otros menos conocidos, una carrera contrarreloj y contra la evaporación que comenzó un siglo atrás y que amenaza de muerte al mar Muerto. Una pena porque no sólo está muerto y salado y lleno de rusas que chapotean agobiadas en un elemento que las supera: también es el punto más bajo del planeta tierra, 400 metros bajo el nivel del mar, lo que convierte la concentración de sal en sus aguas, (diez veces más alta que en el océano, 340 gramos de sal por litro de agua) en una broma macabra para los sedientos y en una oportunidad para los empresarios que levantan balnearios y spas en sus orillas.

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Una broma que nadie quiere que desaparezca porque se iría parte de nuestra historia, desde Cleopatra fascinada por las curiosas aguas a Ludwig Burckhardt arrastrándose vestido de beduino para descubrir la cercana ciudad de Petra. Por eso Israel y Jordania abrirán un canal entre el mar Rojo y el mar Muerto, un canal que abastecerá de agua potable a las ciudad de Aqaba, en Jordania, y a la de Eilat, en Israel, un proyecto de 900 millones de dólares. La conducción principal transcurrirá por territorio jordano y transportará agua salada del mar Rojo mientras que el agua potable vendrá de territorio israelí situado más al norte. El problema radica en mantener un equilibrio entre el aporte de agua y la salinidad del singular mar. El canal tendrá 180 kilómetros y transportará unos 50 millones de metros cúbicos para desalar que irán a los grifos del sur de Israel, otros 30 millones de metros cúbicos para Jordania y un plus de agua dulce proveniente del lago Tiberíades para los grifos del norte de Jordania. Unas cantidades bíblicas pero que no acaban ahí porque las bombas seguirán enviando unos cien millones de metros cúbicos de agua residual proveniente de las desaladoras al mar Muerto, una cantidad que parece mucha pero que sólo incrementará el nivel de este mar tan salado en unos 10 centímetros al año, un combate desigual porque el ritmo de secado es de cien centímetros anuales, una cantidad que asombraría a los vecinos de un siglo atrás que verían cómo la orilla ha descendido 25 metros después de perder un tercio de su masa de agua.

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El proyecto no deja de generar polémica y la Asociación Amigos de la Tierra, de Israel, se opone a esta idea porque ve en peligro de morir, paradójicamente, al mar Muerto, que moriría dos veces al recibir aguas nuevas que puedan traer bacterias y algas ajenas a este extraño ecosistema con mucho de sistema y muy poco de eco. Sin la ayuda del canal, el mar Muerto desaparecerá en unos cincuenta años. Con el canal, tal vez tarde unos años más pero tal vez muera convertido en un mar distinto del mar actual. Lo que sí parece cierto es que el mar Muerto está condenado a muerte y eso preocupa a los que tratan de mantenerlo vivo para que siga ofreciendo su peculiar muerte a sus visitantes...

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