lunes, 14 de diciembre de 2015

Viaje al golfo de Cádiz: con el rey de España Felipe VI


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El monarca saluda a sus marineros y me pregunto qué sentiría yo si me devolvieran el saludo desde un buque con el nombre de mi madre...

El capitán general de las Fuerzas Armadas de España pasa revista al grueso de su flota de guerra. Presidiendo el desfile naval, Felipe VI saluda militarmente, levanta un brazo, otea el horizonte, su figura se recorta solitaria elevado sobre el puente de mando. Nada es baladí en esta estampa: cuando mi nombre sea un galimatías a medio borrar en una lápida olvidada, el suyo seguirá impreso en los libros de historia como integrante de un linaje que reinó un país.

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Tal vez por eso Felipe, el sexto de su estirpe, resiste estoico la lluvia de fotografías que los corresponsales de prensa arrojan sobre su rostro.

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No hay gesto que escape, no hay mueca que no se escudriñe, no hay mirada que no se capte. Pero Felipe VI ni siquiera parece caer en la cuenta: somos parte de su entorno habitual.


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Cuál es el mecanismo mental de un rey, me pregunto entonces, el mecanismo que te eleva sobre el resto de mortales, que en este caso son súbditos, es decir, que se subordinan, que se someten, que son inferiores en casta y en alcurnia, pueblo en todo caso, gentes que habitan tus dominios y que acatan las órdenes que tú les das, cómo piensa una mente que desde su más tierna infancia se sabe diferente, integrante de una familia aparte, distinta, 'mejor'...

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Sea como sea, y haya avanzado el mundo lo que haya avanzado, un rey no deja de ser un rey, cúspide absoluta de la sociedad según la pirámide que el tiempo ha cincelado a base de leyes y de mandobles, el jefe de todos, lo queramos o no. Y ahí está todo un rey, Felipe VI, número que sigue a Felipe V, que en su día pudo tener tantos o más detractores que este, el VI, pero que ahí permanece en los anales, materia para el estudio, retrato en el Prado, fotografía en los libros de historia, estatuas ecuestres, nombre de calles, avenidas, parques y jardines, del mismo modo que este, el VI, lo será en su momento para las generaciones futuras y su imagen ilustrará monedas, sellos, pósters, portadas y banderas, ya monte a caballo, capitanee un velero o tome una copa de vino (español).

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Claro que el anterior Felipe, el V, no heredó el trono exactamente del mismo abolengo, el de los Borbón, sino del anterior, el de los Austria, al que sí pertenecía plenamente su tío abuelo, el de Felipe V, que no era otro sino Carlos II, lo cual viene a demostrar que aunque troncos distintos al final todos comparten una suerte de gen que te hace volar sobre el resto de los mortales porque eres rey, o duque, noble en todo caso. Felipe V, que ya era Borbón, nació en Versalles, era el nieto de Luis XIV, el rey Sol, y bisnieto de Felipe IV de España, quien a su vez era nieto de Felipe II y parte de la casa de los Austria, el más poderoso monarca que ha tenido España, y de Carlos I, que también era V de Alemania. Reyes, en todo caso, reyes para siempre y para todos, sin importar si eran alemanes, ingleses o franceses, si guerrearon sus padres o se casaron sus primos. Gentes nacidas para un oficio hereditario. Reinar.

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El rey pasea por el interior de la fragata siendo el centro de las miradas, no sólo ya de la prensa sino de sus marineros, que se deshacen en parabienes por mostrarle el funcionamiento de todos los aparatos del buque del mismo modo que a su antepasados les mostraban los tercios de Flandes o tribus amerindias arrancadas de sus islotes para mejor comprensión de la grandeza de sus posesiones.

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¿Y cómo se acostumbra una persona a ser rey? ¿Cómo soportas que a tu alrededor decenas, si no cientos, de ojos se posen en tu figura, que te lancen hordas de fotos, que ningún gesto se escape del escrutinio general? ¿Alejándote de tu pueblo, viéndolo como yo veo unas hormigas por el pasillo de mi casa, de mi habitación, de mi salón, pequeñas presencias molestas pero partes integrantes de mi propiedad? No deja de sorprenderme ese estoicismo y al tiempo desapego para ser el centro de gravedad de cualquier acto que se celebre a lo largo de toda una vida. La vida del rey. Del Rey.

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Al menos su padre, que también fue rey, Juan Carlos I, debió de ganarse un trono que la dictadura de Franco le arrebató a su padre, Juan, del mismo modo que la II República se lo arrebató a su abuelo, Alfonso XIII, también Borbón, claro está. Felipe VI, probablemente gracias a Dios, no ha tenido que bregar con semejantes cuitas terrenales, desagradables todas, y ha podido dedicar su niñez y su educación a prepararse para lo que hoy es: rey, pero no cualquiera sino el primer rey de la historia de España que tiene títulos universitarios y posgrado. Por eso podemos deducir que ha tenido más tiempo para pensar en cómo reinar, y no si podría llegar a reinar, más tiempo para saberse rey, y no para imaginarse rey, más tiempo para despegarse del suelo y dedicarse a la tarea del monarcado, y no a patearse el suelo recordando quién fue su abuelo, a qué estirpe pertenece y cómo derrochar simpatía para volver al sitio que Él, en su infinita bondad, le ha deparado por sangre: la corona.

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Felipe VI carece pues de ese bagaje, que en su padre fue necesidad, aunque, es de pensar, tendrá otro: mejor educación, mayor conocimiento teórico, más elementos de juicio, menos presión. ¿Y eso lo convertirá en mejor rey? Sólo Dios, que está siempre de su parte, lo sabe. Si mira atrás verá de todo: a su padre, abdicando tras ciertos escándalos desagradables pero con un apoyo popular innegable, a su abuelo Alfonso huyendo de España sin honra ni trono, a su antepasado Fernando VII, tal vez el rey más indigno que ha tenido la corona patria, a Carlos III embelleciendo Nápoles, a Carlos V guerreando por Europa agarrado siempre a un crucifijo, a los Reyes Católicos conquistando Granada y flipando con esos indios que traía el tal Colón de sus extraños viajes, a Juan de Castilla matando infieles.... Un hito que no puedo ni imaginar porque no conocí a mis abuelos y no tengo mayor noticia de quiénes fueron mis bisabuelos, por no hablar ya de antepasados más antiguos...

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En todo caso, y sea la alcurnia lo que quiera que sea, prefiero considerar la monarquía carne de folclore y para ello nada mejor que esta anécdota. Corría el año 2012 y Cádiz celebraba el bicentenario de la constitución de 1812, la PEPA. El rey de España, Juan Carlos I, visitaba la ciudad y una multitud de entusiastas seguidores agitaba banderitas rojigualdas en la plaza de España. Una señora destacaba por sus gritos y vivas al rey y me acerqué micrófono en mano para conocer de primera mano el motivo de su admiración. 'Señora', le pregunté, '¿es usted monárquica?. La señora me miró con aire guasón y contestó 'no hijo, yo soy de Cádiz Cádiz'...

martes, 8 de diciembre de 2015

Viaje a Estambul: pescando en el puente Gálata


El sol se pone sobre Estambul y la silueta de una mezquita se dibuja en el horizonte amarillo. Un haz brillante se interpone entre la imagen y mi cámara y rompe la foto con su inoportuna presencia. ¿Un haz brillante? ¡¡Es el sedal de un pescador!! Los hay por cientos ahí arriba, en el puente Gálata, no hay manera de evitarlos, caen por decenas, los clientes de las teterías del piso inferior asisten divertidos a un paisaje de ensueño, el Cuerno de Oro, la miríada de mezquitas, las colinas hiperpobladas, el ajetreo de transbordadores, un espectáculo que se incrementa con los peces que suben del mar a las manos de los pescadores y que añaden un punto de surrealismo al canto del muecín...

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Por estas aguas navegaron genoveses antes de levantar un barrio en la orilla norte del Bósforo, naufragaron bizantinos seguros de haber construido una segunda Roma, se aburrieron tanto unos soldados ingleses que idearon un novedoso juego de cartas al que llamaron bridge (puente) y dicen que desfilaron celtas y hasta judíos de Crimea. Hoy el Bósforo es una inmensa pecera a la que los vecinos de Estambul lanzan ávidos sus anzuelos esperando que pique el pescadito, el puente de Gálata un mar de cañas, sedales y boyas, y las siluetas de las características mezquitas turcas un entrelazado proyecto de peces que saltan desde el suelo hinchadas sus branquias.

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La torre Gálata sobre el puente Gálata y su multitud de pescadores

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La torre Gálata custodiaba la entrada al cuerno de Oro, sobre el que se levanta el puente de los pescadores, con una inmensa cadena que en épocas de guerra bloqueaba la entrada al interior de la ciudad y a sus muchos tesoros. Hoy la torre Gálata asoma su pináculo sobre el marasmo de viviendas del barrio de Karakoy, la antigua Gálata, como queriendo ella también lanzar su tejado al agua y ver si atrapa una lisa de muelle. Nadie diría que esta construcción se levantó en 1348 sobre otra torre aún más antigua que cayó durante la cuarta cruzada, nadie diría que los turcos creen firmemente que en 1630 Hezarfen Ahmet Çelebi consiguió volar hasta la parte asiática del Bósforo al lanzarse desde su cúspide con unas alas artificiales, una hazaña que su hermano Lagari superó tres años después al lanzarse al vacío a bordo de un cohete cargado de pólvora. Nadie diría que tantas cosas han pasado por aquí arriba, ahora que el aire sólo escucha el rasgar de las cañas de pesca y las sirenas de algún transbordador que cruza las aguas.

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Porque yo estoy en el puente, no en la torre, un puente de 490 metros que parece una fiesta del anzuelo más que un símbolo de Estambul. No es un puente milenario, como esa torre, sino que es el heredero del puente que ordenó construir la madre del sultán Abdul Mejid allá por el 1845 y que tomó una forma más parecida a la de hoy en 1912, ya con Mehmet V en el trono, cuando lo convirtieron en puente rodante impulsado con energía hidráulica.

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En 1992 se inauguró el actual, para solaz y alegría de los pescadores estambulitas, que han adornado la estampa de postal con sus cañas y sus boyitas de colores. Tal vez cuando regrese a este puente tenga un rival desde el que los pescadores echen sus cañas, un puente que lleva rondando oficinas y despachos más de cinco siglos, desde que su autor, Leonardo Da Vinci, lo dibujara pensando en estas aguas y en este Cuerno de Oro. Un mamotreto de 240 metros con un solo vano que el sultán Bayaceto II recibió con escepticismo y sus asesores desaconsejaron por creerlo inviable. En 2006 el gobierno turco decidió reactivar el proyecto, quinientos años después, y ahora se estudia cómo y dónde levantarlo. Una oportunidad, en todo caso, para estos pescadores que podrán colonizar nuevas alturas sobre el Bósforo y cercar a los pobres peces que nadan entre Asia y Europa esquivando transbordadores, fuerabordas, redes de pesca y una cortina de sedales y anzuelos cada día más tupida...


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