sábado, 19 de abril de 2014

Viaje a Azerbaiyan: en la ciudad fantasma de Agdam (I)


En el centro de Stepanakert un taxista me hace señas. '¿Le llevo?', parece decir. Pero no sé a dónde ir porque Stepanakert no es una ciudad precisamente bonita. '¿Me llevaría a Agdam?', le pregunto. '¿Agdam?', dice con los ojos muy abiertos y me hace una señal para que suba. Subo raudo porque los locales son reticentes a viajar hasta una ciudad que es sinónimo de tragedia, una tragedia que se alarga al día de hoy y que mantiene una calma tensa entre dos países, o tres, sin consideramos al Nagorno Karabagh otro país más. Porque Agdam se encuentra en Azerbaiyan pero en la zona que el gobierno de Stepanakert, es decir, el del Nagorno Karabagh, (pincha aquí para conocer mi viaje a este extraño país) considera 'de seguridad' y esencial para que el ejército azerí no ataque las posiciones locales. Para mayor enredo, el ejército que patrulla por las desoladas calles de Agdam es el de Armenia, desplegado a lo largo de todo el anillo de seguridad que rodea el perímetro de la frontera que linda con los azeríes. De este modo los armenios dejan la defensa de su propio país, recordemos: Armenia, en manos de los rusos. El taxi arranca con un sonoro rugido y el conductor me mira sonriente desde detrás de un poblado bigote. Hace una imitación de una metralleta mientras un carro conducido por un abuelo zigzaguea para evitarnos y extraigo: usted combatió en Agdam. 'Yes', dice el hombre y su amplia sonrisa se torna amarga y fija entonces su vista en el camino. Para los habitantes de Stepanakert Agdam es una cicatriz, un recuerdo amargo, un mal sueño y la prueba más evidente de su victoria sobre el vecino país.

Agdam por Hachero

El 23 de julio de 1993 vivían en la ciudad de Agdam entre cincuenta y cien mil vecinos (enorme horquilla que nadie termina de fijar con exactitud). Un día después no quedaba absolutamente nadie. Toda la población fue expulsada hacia el este, detrás de la línea de seguridad, desplazados internos, desplazados en su propio país, pero desplazados por soldados externos, soldados de otro país. Desde entonces los vecinos de Agdam deambulan por Azerbaiyan recordando su hogar, mostrando fotos a quien quiera verlas, llorando por sus casas y por sus calles y por sus tiendas y hasta por la mezquita. Muchos no saben que tan sólo la mezquita sigue en pie y que las casas se desmoronaron, las calles se llenaron de maleza que rompía el asfalto de las carreteras, que las tiendas son irreconocibles y que Agdam no sale ya ni en los mapas. Muchos, en cambio, eran demasiado jóvenes para recordar cómo era su ciudad y muchos más, como colofón, ni siquiera han nacido allí, aunque sigan considerándose de la ciudad, así que no pueden saber cómo era aquella urbe. No lo sabrán la mayoría de los hinchas del Qarabag Agdam FK, el equipo de la ciudad, fundado en 1951 y uno de los dos que siempre ha participado en todas las ediciones de la primera división azerí. En 1993 su estadio saltó en pedazos, su entrenador, el héroe nacional Allahverdi Bagirov, murió en los combates y el club se trasladó a la capital del país, Bakú, donde juega manteniendo tan solo el nombre de su ciudad de origen. Una ciudad que ya no existe. Porque a vista de pájaro Agdam es lo más parecido a Hiroshima, a Nagasaki, al sinsentido de la guerra.

Agdam por Hachero

El taxi sale de Stepanajert y se detiene un momento ante un tanque colocado sobre una tarima. Señala a Azerbaiyan. El tanque, me refiero. El taxista sonríe plácido, parece feliz de saber que el cañón le protegerá de la prometida venganza azerí. Sonrío con él por puro desconcierto y miro al horizonte por si veo algo: no, no veo nada. Agdam está lejos aún. Concretamente a veinticinco kilómetros, lo suficiente para que no la distinga en el horizonte, pero tan cerca que no puedo imaginar cómo es eso de vivir tan cerca del fin del mundo. Porque los vecinos de Stepanakert consideran Agdam algo parecido al fin del mundo.

Agdam por Hachero

Los veinticinco kilómetros se cubren en apenas media hora pero cada metro de la carretera guarda historias terribles. El 22 de febrero de 1988, por ejemplo, los vecinos de Agdam salieron enfurecidos hacia Stepanakert para cobrarse severa venganza porque la URSS se desmoronaba y temían que el Nagorno Karabagh, región de población mixta pero que los soviéticos habían situado en el interior de Azerbaiyan, quedara en manos de Armenia, que la considera la cuna de sus ancestros. Los armenios, más hábiles en esto de moverse entre bambalinas, tenían ya ganado el favor de los rusos y una Armenia independiente asomaba la cabeza entre el marasmo de los últimos días de la agonizante potencia. Pero aún quedaban muchos flecos que recortar. ¿Qué era un país? ¿Dónde acaban sus límites? ¿Qué es mío y qué es tuyo? Y peor aún, ¿qué pasa con las regiones, las comarcas, las ciudades y los pueblos donde las etnias están mezcladas, juntas, fundidas?

Agdam por Hachero

Los recuerdos de pogromos antiguos, de principios del siglo XX, mezclados con las suspicacias y nuevas persecuciones (de armenios en Bakú, de azeríes en Sushi), y el toque mágico de rumores sin confirmar (la historia de dos hermanas raptadas y violadas por desconocidos encendió varias mechas sin saber si era cierta) aceleró el torbellino de indignaciones. Los vecinos de Agdam, como decía, avanzaron por la carretera que la separa de Stepanakert pero no pudieron pasar del pequeño pueblo de Askeran, donde les esperaba un cordón de policías y vecinos armenios armados con escopetas. En la escaramuza dos azeríes cayeron muertos y el nombre de uno de ellos, Bakhtiar Uliev, pasó a la historia como el de la primera víctima del último conflicto entre Azerbaiyan y Armenia. La noticia de las dos muertes soliviantó a la ciudad de Agdam, que montó en cólera y decidió atacar, espontáneamente, a la de Stepanakert, en una suerte de versión caucásica de Villaconejos de Arriba contra Villaconejos de Abajo.

Agdam por Hachero


La llegada a Agdam es excitante. A ras de tierra sólo veo montículos de piedra, maleza señalando los límites de la carretera y árboles salpicando el paisaje. Esto es Agdam, me dice el taxista. ¿Esto? ¿Esto es una ciudad donde vivían cien mil personas? El lugar parece un polígono español a medio urbanizar, con solares cubiertos de matojos y techos en el suelo, suelos en el subsuelo y el apacible canto de los pajaritos. De pronto, un tipo aparece por la carretera arrastrando un bulto. Parece un indigente pero también un desequilibrado. A la entrada de la ciudad una gran chabola de hojalata y restos de viviendas sirve de referencia con una familia sentada a las puertas que nos saluda al pasar. El taxista hace señales de peligro: bum bum, me avisa. Parece que el terreno está minado y hay que ir con cuidado. 'Mosquee', le digo y él me mira con un gesto adusto y severo, como diciendo que le hablo en armenio o no entiende un pimiento. Por fin hace un gesto y encamina su vehículo por una carretera dudosa, entre matorrales, hacia un lugar que no puedo ver. Sí que se ven tiendas de campaña de camuflaje, una cocina al aire libre con pinta de acuartelamiento, una bandera armenia. María José, una periodista de Cádiz afincada en Tbilisi, Georgia, me avisa de que la entrada en Agdam está prohibida y que pueden lloverme reprimendas de todo tipo. 'A mí me borraron todas las fotos', me advierte y busco ansioso el soldado que habrá de fastidiarme el viaje. En vano.

Agdam por Hachero

Al fondo se levanta, por fin, las dos torres de la mezquita, el único edificio que permanece en pie en la ciudad. Milagrosamente los armenios decidieron respetar el templo islámico aunque sólo en cuanto a la estructura porque el interior parece una mezcla de basurero y letrina. Apenas quedan trazos del templo que fue, y mucho menos de su imam, Sadiv Sadikov, que administraba todo el complejo religioso de la zona. Apenas a unos pasos se levantaba el cementerio, hogar del peligroso bandido Yakub Katir Mamed, conocido como La Mula, un listillo que organizó una pandilla de seiscientos mercenarios que se arrogaron la defensa de la ciudad cuando el conflicto entre armenios y azeríes parecía ya más que claro. Tampoco queda estatua alguna de Panah Ali Kan, el fundador del kanato del Nagorno Karabagh (una palabra mitad rusa mitad iraní que significa Jardín Negro por la fertilidad de sus tierras) en cuyo mandato se construyó la ciudad, allá por el siglo XVIII, con el nombre de Agdam: la Casa Blanca. Una Casa Blanca que, por cierto, tampoco está ya. Tampoco queda rastro de su estación de trenes, de sus fábricas textiles ni de sus factorías de mantequilla, sus bodegas de vino, su ajetreada vida como centro agrícola. El taxi pisa restos de sabe Dios qué fecha mientras la mezquita aparece magnífica en su miseria. Bajo del coche a los mismos pies del edificio y miro un hueco para colarme cuando aparece una patrulla del ejército armenio.

Agdam por Hachero

Agdam por HacheroAgdam por Hachero

Tiemblo de pies a cabeza porque normalmente los soldados no se andan con contemplaciones y expulsan a los extranjeros de malos modos. Pero, espera, no, ¡se están haciendo fotos! Me hacen señales, me piden que me acerque. ¡Quieren que les haga una foto! Luego me piden que pose con ellos. No es el ejército terrible y duro que esperaba, me digo mientras les pregunto si es seguro subir a los minaretes de la mezquita. '¡Suba, nosotros estamos ya aburridos de hacerlo!'. Así que, después de hacerles fotos y de sostener una de las banderitas de colores que utilizan para señalar los terrenos minados, subo escaleras arriba en un claustrofóbico espacio lleno de polvo y suciedad. El interior de la mezquita está hecha un horror, el mihrab ultrajado, el espacio de rezo ensuciado, las paredes pintarrajeadas. La Mula se hubiera sentido especialmente violento de haber visto este estropicio.

Agdam por Hachero


Mamed, La Mula, era el tallador de las tumbas del cementerio que está aquí atrás y fue uno de los personajes de Azerbaijan Diary, el trepidante libro del periodista norteamericano Thomas Goltz, el único que asistió a todos los capítulos del nacimiento de Azerbaiyan. La verdad es que Agdam siempre tuvo fama de ciudad oscura, llena de contrabandistas y fugitivos de la ley, incluso en los tiempos de la Unión Soviética. En la ciudad se acantonaron bandas de mercenarios que ocuparon el lugar que el ejército de Azerbaiyan, mal armado y peor dirigido, dejó en la defensa de la región. Un sitio desde el que atacar, o defenderse más bien, al ejército armenio, mucho más disciplinado y efectivo. En Agdam el ejército se desintegraba, las unidades funcionaban con independencia de las demás y al frente se erigían delincuentes de fama nacional, gentes que habían pasado muchos años en las cárceles soviéticas. Unidades que lo mismo luchaban contra los armenios que entre ellas y que tan pronto usaban sus fusiles en las refriegas que los vendían para comprar alcohol o tabaco. Desde el punto más alto de la mezquita, y de la ciudad (porque no hay nada más en pie) el paisaje no deja de sobrecoger: la destrucción es total, más que Hiroshima pareciera que estoy en una de esas ciudades comidas por la naturaleza en las selvas del Yucatán...
Agdam por Hachero

martes, 15 de abril de 2014

Viaje a Ceuta: en el paso fronterizo del Tarajal



Esta valla separa dos mundos.
El mundo de allí piensa que en el de aquí hay un paraíso. Y el de aquí piensa que allí hay un infierno.


Por eso los de allí arriesgan incluso sus vidas para alcanzar ese pretendido edén. ¿Quién en su sano juicio no arriesgaría el pellejo para conseguir entrar en un mundo de color y fantasía?

Pero, como decía, muchos de este lado consideran que más allá se levanta un infierno, lleno de seres peligrosos, calor, arena, polvo y sangre.


Por eso estos últimos vigilan que los primeros no se cuelen en su paraíso. Pero no porque consideren que defienden un paraíso (de hecho muchos consideran que el infierno está en su lado) sino porque no quieren que los del más allá traigan a rastras su desagradable abismo.

Por eso convencen a algunos de los del otro lado para que les ayuden a vigilar que los díscolos del más allá se les cuelen en su mundo.

Y entonces los policías y militares de aquella parte se instalan en su lado de la valla, levantan tiendas que forman campamentos, patrullan serios y se encaraman en las colinas para que los de su propia franja, aunque provenientes de un rincón algo más alejado, se cuelen en la otra zona.



El paraíso no es gratis, claro, y por eso muchos de los que proceden de las tinieblas se encuentran de frente altas vallas, pinchos que llevan nombres de detergente, señores uniformados que empuñan armas, engorrosos trámites burocráticos, manos ávidas en cobrar sobornos y, sobre todo, incomprensión. Piensan que la sola visión del paraíso, detrás de un mar que a veces parece un río, les consuela y les ayuda a superar las vicisitudes que han sufrido (y que sufren). También miran atrás y recuerdan el hambre (algunos), las guerras (bastantes), el atraso (casi todos) y la falta de expectativas (todos) y piensan que merece la pena seguir el camino.




Pero los habitantes del pretendido paraíso están dispuestos a emplear todos los métodos a su alcance para evitar que los seres del Averno se les cuelen en la Gloria. Detrás de la valla algunos señores con uniformes (y lo más desconcertante: algunas señoras con uniforme) les piden papeles que volverían loco a Kafka, otros emplean material de antidisturbios, hay quien extiende crueles leyendas sobre los renegridos seres de las Tinieblas y finalmente se empeñan en demostrarles que en el Paraíso no son bienvenidos los ángeles negros. Por muy ángeles que sean.


Al otro lado de la valla también pululan seres del Averno, con mayúsculas, que engañan a los otros seres del averno, ahora minúsculas, con promesas celestiales. Les ofrecen barquichuelas que crucen ese mar que parece un río, también ofrecen guías que les dejarán en mullidas rocas de afiladas puntas, les hablan de contratos prodigiosos, de trabajo a espuertas y de mujeres ávidas de sus enormes falos o de sus pétreas nalgas.


En este lado temen algo parecido: que sus hermosas mujeres se vayan con esos enormes falos y que esa pétreas nalgas atrapen a sus maridos en tugurios de carretera, que les arrebaten el menguante mercado del trabajo y se hagan con los dineros que sólo sobran en las mentes del Otro Lado.

El último suceso entre los de allí y los de aquí se ha llevado la vida de Quince seres del averno (con minúsculas ahora) y ha obligado a montar guardia a los Seres del Averno (en este caso con mayúsculas) mientras que los de este lado, que es el nuestro, se preguntan unos si es necesario empuñar un fusil contra la desesperación, otros si es necesario que las autoridades vulneren las leyes para que los demás seres celestiales las cumplamos, los más si es de recibo que para todo esto sea necesario ultrajar a la Verdad. Los de allí denuncian que los recibieron a balazos, los de aquí que les atacaron por cientos y tirando piedras. Y ahora, mientras los de siempre defienden a lo de Siempre, y los de Siempre se esfuerzan por demostrar que los de siempre son inocentes, la tormenta tiñe de alerta roja las orillas del Tarajal.


Al otro lado, mientras tanto, siguen convencidos de que aquí se levanta el paraíso y esperan por miles su turno para intentar el sueño. Los de aquí, mientras tanto, piensan en cómo apagar su especial infiernillo y defenderlo de los de allí. La valla sigue impertérrita dividiendo dos mundos: el de allí y el de aquí. Dos mundos que se desconocen tanto como se temen.

sábado, 12 de abril de 2014

Viaje a Iquitos: en el Pasaje Paquito venden los secretos de la selva del Amazonas

¿Se siente deprimido porque es incapaz de dejar a su mujer satisfecha? Pruebe 'Levántate Lázaro' y su hembra gozará de noches inolvidables. ¿Es su marido el que se aburre en las artes amatorias? Beba 'Rompe Calzón' y sacará la tigresa que lleva dentro. El muestrario del Pasaje Paquitos es tan grande como turbador y podemos elevarlo a las alturas del santoral psicotrópico, afrodisíaco y naturista. Durante algo más de cien metros los puestecillos se suceden y arremolinan en un callejón estrecho que provoca estupor al forastero, mientras se esfuerza por comprender qué se esconde tras la miríada de extraños nombres de los compuestos a la venta. La humedad de la selva, el calor sofocante, la súbita lluvia y la desorientación tropical hacen el resto.
Pasaje Paquito por Hachero
Pasaje Paquito por Hachero
De entre todos, el rey es el conocido como 'Siete Raíces', un preparado a base de cortezas de cascarilla, chuchuasha, huacapurana, tahuari, murare, icoja, fierro caspi, cumaceba, clavo huasca, murcuhuasca, bolaquiro, jengibre y miel de abeja, una bebida estimulante que vale para todo, desde evitar los resfriados a estimular la irrigación sanguínea de los cuerpos cavernosos del pene, pasando por su concentración energética o la ayuda impagable al rejuvenecimiento de las células. Si ha sido capaz de leer el párrafo de un tirón, sin deletrear alguno de esos nombres con extrañeza, mi más sincera enhorabuena. Pero no cante aún victoria: los remedios de la selva son infinitos.

Pasaje Paquito por Hachero
Pasaje Paquito por Hachero

Tenemos el Levántate Pájaro Muerto, a base de Siete Raíces, aguardiente de caña y Para-Para (bebida elaborada a su vez con motelo sanango, chuchuasha, fierro caspi, chicosa, genitales de achuni y genitales de lagarto negro, aguardiente y miel de abeja), un compuesto al que se añade chachachasca, clavo y el pene molido de un roedor llamado achuni. Pueden imaginar por qué Levántate y qué es el Pájaro Muerto.

Pasaje Paquito por Hachero

El Rompe Calzón, por su parte, excita el útero, calienta a la hembra y sitúa su cerebro en un mundo de lascivia contumaz debido a su elaboración a base de Siete Raíces, miel de abeja, chuchuhuasi, polen y aguardiente de caña.

Pasaje Paquito por Hachero

Para los menos escrupulosos tenemos el 'Párate hasta el fin de siglo', a base de pico de pájaro carpintero, tortuga motelo, chicosa, fierro, los socorridos genitales del achuni y los del lagarto negro, una mezcla de veintiuna raíces a base de cortezas de chuchuasha, huacapurana, tahuari, cumaceba, camu camu, murare, isula, aguardiente y la inevitable miel de abeja.
Pasaje Paquito por Hachero

Los problemas sexuales no tienen excusa en la selva del Amazonas: 'Siete Veces sin Sacarla' (S.V.S.S.) es otro conocido brebaje que se obtiene al dejar macerar una mezcla de las cortezas de chuchuhuasi, huacapurana, tahuari, murare, icoja, fierro caspi, cumaceba, clavo huasca, azúcar huayo, ajo sacha, chirisanango, ipururo, ceima caspi, uña de gato, chicosa, cocobolo, huashaquiro, macerado en aguardiente y miel de abeja. Los hombres se guiñan los ojos y se propinan cómplices codazos mientras hablan de las maravillas del 'Siete Veces...'.

Pasaje Paquito por Hachero

Los vendedores del Pasaje Paquito parecen obsesionados con la virilidad. Paquito, el señor al que debe el nombre la calle, a buen seguro se frotaría los ojos al ver su caluroso callejón invadido por chamanes de pega y amantes de los herbolarios pululando en amor y compaña. La historia, más allá de las murmuraciones, asegura que fueron las señoras María de Marreros y María de Yap las que comenzaron el negocio y que, visto el éxito, se les fueron uniendo todo tipo de aficionados y profesionales. Hoy son legión y las autoridades lanzan regularmente mensajes a los extranjeros para que tengan cuidado con lo que compran, porque alguna que otra vez les venden productos en mal estado, y para que extremen la vigilancia porque cada vez hay más carteristas. En honor a la verdad yo no he tenido nunca problemas en mis visitas al célebre Pasaje, ni en un aspecto ni en el otro, pero hay que tomar en cuenta estas advertencias.

Pasaje Paquito por Hachero
Pasaje Paquito por Hachero
 Pasaje Paquito por Hachero

El Pasaje Paquito ofrece hoy alrededor de 134 plantas diferentes, de las aproximadamente 500 plantas medicinales que utilizan los vecinos de Iquitos. A decir verdad, y según la Dirección Regional de Agricultura de Iquitos tan sólo 19 tienen verdadero valor comercial. De hecho la fama del Pasaje Paquito es tan grande que hay siete empresas que comenzaron aquí pero ahora comercializan los recursos a nivel nacional e internacional. El grueso de las plantas proviene de bosques naturales, y apenas se cultiva intencionadamente, aunque alguna sí que ha alcanzado ya semejante estatus. Sesenta y dos especies se venden en estado fresco, veintisiete se comercializan en cortezas, veintidós más en raíces, diecinueve variedades se presentan en forma de licor, doce en polvos o harinas y el resto en resinas, frutos, semillas, aceites y flores. El tema no deja de tener su interés porque en la región se estiman entre 60.000 y 90.000 especies vegetales, de las que tan sólo algo menos de 3.000 se han catalogado para la farmacopea y sólo 500 se usan en la ciudad de Iquitos. Tan sólo la 'Sangre de Grado' se cultiva en superficies que sin ser grandes tampoco son pequeñas, pero supone una excepción a un negocio que no deja de ser rentable a muy poca escala y sólo con según qué especies..

Pasaje Paquito por Hachero

Pasaje Paquito por Hachero
Oculta tras los puestecillos, una droguería al uso parece acorralada y en segundo plano...
¿Su interés es otro porque se considera ya más que apto para las lides del amor? No se preocupe, tenemos botellitas con ayahuasca, el limpiador amazónico que produce además bonitas imágenes de la selva y sus animales, y el no menos inquietante cactus de San Pedro, que confiere alma a las cosas inanimadas y espíritu al reino vegetal para que usted, ser curioso donde los haya, puede conversar con aquel tronco milenario o interconecte su cerebro con el la masa colectiva de aquella bandada de murciélagos. De la ayahuasca ya he hablado AQUÍ pero no del San Pedro, o sampedrito para los iniciados que le muestran adoración, un singular cactus que crece a una altura mínima de mil metros (no en esta zona, pues) pero que proporciona unas lúcidas visiones gracias a su concentración de mescalina que propicia la psicoexploración y que pueda usted tener, por ejemplo, una animada conversación con un arbusto o con el mismísimo sol.

Pasaje Paquito por Hachero
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¿Se encuentra usted mal? Llévese 'Sangre de Grado' para las úlceras y los tumores, 'Jergon Sacha' para una atribulada lista de enfermedades, desde el SIDA a la diabetes, o 'Uña de gato' para purificar la sangre y fortalecer el sistema inmunológico. Arquímedes es un médico con esta página web que no deja de loar a la Uña de gato como la medicina definitiva. Una liana explotada sobre todo por los indígenas de la etnia shipibo, mis primeros maestros en la ayahuasca, que descubrieron el enorme, y desconcertante, arco de posibilidades de esta soga amazónica. No sólo potencia y regulariza el sistema inmunológico, evitando infecciones dañinas, sino que aumenta las defensas antivirales, antibacterianas y antitumorales, evita la metástasis en los casos de cáncer y revigoriza la eternamente ansiada virilidad. Un producto de herbolario tan crucial que la OMS la cataloga como el sucesor de la quinina, en importancia, porque aumenta la inmunidad hasta en un 50%.

Pasaje Paquito por Hachero
Pasaje Paquito por Hachero

¿No sabe lo que tiene pero algo le ronda el organismo? ¡¡Tómese una infusión de guayaba, con ocho cucharaditas de azúcar y una más de sal: mano de santo. ¿Es acaso un caso de parasitosis intestinal? Acuda al ojé, un árbol amazónico que crece junto a los ríos y que produce un látex blanquecino muy eficaz, o eso dicen, contra los parásitos de la bebida, pero también contra el dolor de muelas, la picadura de hormiga, la mordedura de serpiente y como estimulante de la memoria. ¿Acaso sufre de cólico estomacal, hemorroides, pulmonía o gastritis? Tome la hoja del paico, un planta medicinal y aromática que se ofrece en infusión y que tiene, por añadidura, la virtud de eliminar las pulgas si se usa machacada en polvo...
Pasaje Paquito por Hachero

Si tienes curiosidad por descubrir algo más de las plantas que se mencionan en el artículo, aquí tienes una guía de las plantas medicinales de la Amazonía peruana para ir al Pasaje Paquito pertrechado de sabiduría y conocimiento.

Pasaje Paquito por Hachero

jueves, 10 de abril de 2014

Viaje a Cuba: santeros, orishas y la muerta que acompaña mis pasos



La señora Lucía me mira a la cara y parece transmutarse. Jadea, gime, da brazadas, sus ojos, con un estrabismo evidente, bizquean aún más y, finalmente, parece desplomarse en el sillón mientras sentencia: 'en tu familia alguien murió ahogado'. Me hace gracia la escena porque La Habana no deja de sorprenderme siempre. La señora Lucía me había alquilado una habitación, la suya, con una descomunal cama rodeada de objetos de santería: un enorme tarro de cristal lleno de agua y en cuyo interior flotaba errática una muñeca que parecía una niña ahogada, un cenicero con colillas de puro, inciensarios, botecitos de perfume, todo ello regado con hordas de cucarachas que pululaban por el techo y, de cuando en cuando, se precipitaban en caída libre sobre mi aterrorizada persona. La señora Lucía yacía ahora repantingada en su sofá, los ojos desorbitados y sus manos abanicándose, un sofoco que parecía abarcar todo su cuerpo.


La señora Lucía tenía razón porque mis dos abuelos murieron ahogados, uno en un río, el otro en un ataque de asma, cosas de la vida. La señora Lucía se levantó entonces, milagrosamente repuesta, y me dijo: 'tú tienes muy mala suerte con tus relaciones', y lo decía mientras asentía ostentosamente, 'tus novias te duran poco y eso tiene una explicación', y agitaba también los brazos mientras sonreía misteriosamente, 'a tu lado hay una muelta que te espanta los amores porque ella misma está enamorada de ti'. Miré nervioso a mi alrededor esperando tal vez que la muelta se materializara y resultara ser una voluptuosa mulata del oriente cubano pero no acerté a ver nada más que las paredes de la casa palacio del hogar de la señora Lucía. Una casa palacio despiezada y repartida entre un número tan grande de vecinos tras la Revolución que sus propietarios originales no la reconocerían nunca, por cierto. 'Ella está ahí, no puedes verla', me advertía la santera, 'pero te sigue a todas partes y no dejará jamás que fructifique una relación'. Debió de advertir un gesto de angustia porque inmediatamente me ofreció la solución: una limpieza de espíritu me devolvería la paz conyugal que tanto ansiaba, según ella, y sería por fin un alma centrada y no descarriada.


No lejos de su casa, en plena calle Cuba de la Habana centro, dos santeras novicias parlotean animadamente. Están vestidas con sucesivas capas de ropa blanca en busca del blanco impoluto aunque el conjunto en general deja un poco que desear. Me dan la espalda cuando me acerco con una cámara de video y se relajan cuando la bajo. 'Tenemos que estar un año vestidas así', dice una de ellas, 'y ya llevamos once meses'. A puntito, les digo, 'a puntito', me dicen, y una de ella cuchichea con la otra: 'se cree que no sabemos que nos está grabando pero lo sabemos, sólo que vamos a hacer como si no lo supiéramos para que no sepa que lo sabemos'. Apago la cámara confundido por la perorata y escucho su explicación. La ropa debe de ser blanca en su totalidad, desde los bloomers, que es la ropa interior, hasta las enaguas, que aquí se llaman sayuelas, pasando por el sujetador, el corpiño, la blusa, un turbante y chal. Este color, dicen, permite un intercambio energético activo y la energía positiva que reciba el cuerpo será absorbida sin problemas y la negativa que produzca saldrá sin traba alguna.



Dice la estadística que entre el 70% y el 80% de la población cubana realiza algún tipo de práctica religiosa afrocubana, desde la Santería propiamente dicha hasta otras prácticas menores, como el Palo Monte o los Abakuas. En casa de una amiga de La Habana abrimos una botella de ron: ella se levanta y se va a un rincón donde echa un chorrito por el suelo. 'Para los orishas', dice muy seria mientras me sirve un trago en un vaso. En un bar de Santiago de Cuba un camarero anota la comanda mientras me analiza para concluir: 'usted es Changó', el camarero es santero cuando acaba la jornada y se explica, 'usted es dinamita'. Las creencias medio yorubas medio católicas están por todas partes y en Cuba es imposible huir de ellas. Tenga cuidado con ellas, pueden llegar a obsesionarle si cree que su descreimiento tiene algún riesgo. 'No creo', se dice uno, '¿molestará mi falta de fe a los orishas?', se sorprende uno pensando, '¿cómo creer que molestaré a esta ficción?', me decía mientras cambiaba una media de tres veces diarias la rueda pinchada del coche de alquiler, asediado por la fiebre, bajo una lluvia persistente, sentado en un charco. ¿Tendrá algo que ver el collar del tal Changó que cuelga de mi muñeca? 'Llévelo bien si no quiere enfadar al Orisha', me aconsejó el santero santiagueño antes de salir, 'eso quiere decir que se lo cuelgue al cuello', ¿al cuello? ¡pero si es enorme!, 'no, al cuello, en la mano le provocará todo tipo de males'. Angustiado por los males que me infringía un espíritu en el que no creía arrojé el collar por la ventanilla del auto mientras atravesaba Camagüey y la mala suerte se fue tras las coloridas cuentas que rebotaban por la acera.


La santería tiene sus raíces en la tribu Yoruba, pueblos de las riberas del Níger que fueron arrancados de sus tierras para servir como mano de obra esclava en las plantaciones caribeñas. Los yoruba vivieron un infierno en vida que en ciertas partes aún dura hoy, y no hay más que ir a Haití para comprobarlo. Pero hicieron que los sacerdotes que trataban de evangelizarlos lo vivieran también y para sobrevivir a las oleadas de adoctrinamiento y cruces y evangelios decidieron camuflarse entre santos y vírgenes. Ahora Santa Bárbara, la que truena, es Changó, que soy yo según aquel santero de Santiago, Yemayá es la Virgen de Regla, como diosa de la maternidad, y Oshún es la Virgen de la Caridad del Cobre, la dueña del amor, la sexualidad y el oro. Son muchos más, y el santoral tiene para ellos otro nombre: son los Orishas, deidades que gobiernan el mundo desde sus tejemanejes y que sólo se inclinan ante Olodumare, que es el dios universal, y Ashé, que es su energía expandida hacia el mundo. Para conocer más de esta peculiar religión: pincha aquí. Aquí un babalawo cubano que se ofrece por internet...







Juan Manuel Durán, el jerezano que descubrió América desde el aire (o el vuelo del Plus Ultra)




El 22 de enero de 1926 el teniente de navío Juan Manuel Durán González sacó de su equipaje una caja de dulces y la ofreció a los tripulantes de su cabina. Todo un detalle que arrancó sonrisas de un equipo tenso hasta el límite que se enfrentaba al segundo descubrimiento de América. Con los carrillos masticando azúcar y rodeados de cientos de barquichuelas el capitán de la expedición, que era el hermano anarquista de Franco, se sintió algo más aliviado de la presión que le acongojaba el cerebro. La desembocadura del río Odiel hervía de pequeñas embarcaciones que arropaban en su despedida al Plus Ultra. Como cuatrocientos años atrás, una nueva nave partía del puerto de Palos de la Frontera para descubrir un continente. La diferencia era abismal porque el continente ya estaba descubierto, la nave volaba y en lugar de mares lucharían contra nubes. Pero el reto era parejo porque nadie antes había logrado cruzar el Atlántico por el cielo.

El viaje se hizo en un hidroavión capitaneado por Ramón Franco, acompañado por el capitán Ruíz, el mecánico Pablo Rada y con la supervisión de Juan Manuel Durán González, un jerezano que representaba a la Marina pero que no emularía a Rodrigo de Triana: la etapa más comprometida la haría a bordo de un buque de seguimiento. La hazaña se había convertido en una obsesión para los norteamericanos y en una carrera contrarreloj para las naciones europeas. Los tabloides ofrecían recompensas a los pilotos que consiguieran abrir la ruta, los italianos preparaban un vuelo, los portugueses ya habían fracasado, en Inglaterra todos daban por supuesto que serían ellos los primeros en cruzar el Atlántico por el aire.
Monumento a la tripulación del Plus Ultra en La Rábida, Palos de la Frontera, Huelva
Los tripulantes acudieron al monasterio de la Rábida, como hizo Colón siglos atrás, y Huelva lo vivió como otro descubrimiento: la víspera del despegue cientos de onubenses acamparon en los alrededores de la Rábida. Juan Manuel observa la algarabía con pesar porque su periplo tiene fecha de caducidad: al llegar a Porto Praia, en Cabo Verde, el jerezano desembarca y navega hasta Pernambuco porque la aeronave excedía en cuatrocientos kilos su peso recomendable. El crucero pasó al norte de Brasil, a dos mil kilómetros del continente africano, lo que batía todos los records de navegación aérea del momento. Las multitudes llenaban carreteras, calles y muelles y eran tantos los curiosos que las primeras filas caían al mar en oleadas. El siguiente punto fue Pernambuco, donde nuevamente embarcó Juan Manuel, y de ahí a Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. Recorrieron 10.270 kilómetros en 59 horas y 39 minutos. Sufrieron la rotura de una hélice, que repararon sin aterrizar, y utilizaron por vez primera un radiogonómetro, un novedoso entonces rastreador de señales de radio.


Juan Manuel Durán nació en Jerez en 1899 y tuvo una vida corta pero intensa. Formado en la primera promoción de pilotos navales, Durán ya tenía experiencia en los aires gracias a su participación en los sucesos de Alhucemas a bordo de la escuadrilla Macchi M-24, en una de las primeras intervenciones en una guerra desde el aire. A los veintiséis años, poco después de su hazaña y convertido ya en profesor de la escuela Naval de Barcelona, falleció en una lamentable demostración de mala suerte: su hidroavión chocaba con otra aeronave en pleno vuelo, precisamente en una época en la que apenas había ingenios volantes. El jerezano fue rescatado con vida del mar pero murió poco después a bordo del buque Alsedo, precisamente el que acompañó al Plus Ultra durante la parte más dura de su trayecto. Sólo sobrevivió a su gesta cinco meses.




Referencias

El vuelo del Plus Ultra, conferencia del Coronel de Aviación José Gomá Orduña en Palma de Mallorca, 1951, seminarios de formación de la F.E.T. y de las J.O.N.S. de Baleareas, editado por la Universidad Internacional de Andalucía.

<strong>El vuelo del Plus Ultra, José Warleta Castillo, Instituto de historia y cultura del ejército del aire, www.ejercitodelaire.mde.es




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