viernes, 28 de marzo de 2014

Viaje al Báltico: los últimos de Hel (tragedia en dos actos)



La tumba de los defensores polacos de Hel sigue frecuentada por los bisnietos de los heroicos defensores de la península que tuvo el extraño privilegio de contemplar dos veces la misma tragedia. Porque Hel no deja de ser un pueblecito de pescadores al final de una larga lengua de tierra que se interna en el mar Báltico y que se asemeja así a una suerte de isla sin serlo. Durante el verano miles de turistas arrastran sus autocaravanas, disfrutan de sus hotelitos y balnearios, persiguen a los miles de cisnes que nada despreocupados a pocos metros de la orilla, inundan campings y pensiones, abarrotan las playas y bailan frenéticos al son del último éxito de este país de discotequeros ochenteros. Pero en Hel ocurrieron dos tragedias paralelas y desconcertantemente parecidas. Y todo gracias a su especial configuración geográfica. Hel es una isla sin serlo, un fin de trayecto, una estación término, la punta de una protuberancia que no llega a ser exactamente península ni tómbolo. Más bien callejón sin salida, primero para el ejército polaco en la invasión de los nazis, finalmente para los nazis en el contraataque del ejército Rojo.

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El 1 de septiembre de 1939 el ejército alemán entró en Polonia como Perico por su casa y coronó su invasión de Polonia en pocos días. Sin embargo, al norte del país, en el interior del mar Báltico, resistía una débil lengua de arena que había pertenecido a los alemanes durante casi tres siglos: la península de Hel. Mientras todo el país se derrumbaba como un complicado laberinto de fichas de dominó, los 3.000 soldados de la Unidad Fortificada de Hel resistieron como la casi isla que eran en una nación que ya estaba de rodillas. El 2 de octubre de 1939, cuando ya Polonia no existía sino como conquista alemana, el batallón de Hel se rindió, exhausto y malhumorado. Los últimos de Polonia resistieron como pudieron, parapetados al final de este extraño corredor: hundieron un destructor alemán, hicieron caer una cincuentena de aviones nazis, los buques anclados a sus orillas contribuyeron con sus marineros a la defensa de la exigua ciudad, los polacos demostraron un valor inexplicable lanzando, de cuando en cuando, contraataques que desconcertaban a los nazis, tan seguros de su victoria. La alternativa a la muerte en la lucha no resultó mucho más alentador: a pocos kilómetros se abrió el primer campo de exterminio nazi fuera de Alemania.

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El mayor grado de paroxismo se alcanzó el 25 de septiembre cuando los polacos colocaron unas potentísimas bombas procedentes de torpedos que destruyeron la lengua de arena en sí misma y dejó el extremo oriental de la península convertida, ahora sí, en isla. Hoy no se nota la cicatriz y sí que, sin embargo, el descabellado acto no fue más que un reflejo de la desesperación porque apenas una semana después, el 1 de octubre, el contralmirante, angustiado por la falta de víveres y de refuerzos en un país que ya no existía sino como una gran máquina de picar carne, capituló y los alemanes se apoderaron del último rincón de Polonia que no estaba aún en sus manos.

Hel por Hachero
La entrada a Hel no deja de tener un algo tétrico en otoño...
La historia no dejaría de tener su interés exclusivamente para los estudiosos de la II Guerra Mundial, que son muchos, de no ser porque, apenas seis años después fueron los soldados del ejército nazi los que capitularon cuando la Alemania nazi era un recuerdo cercano. El 10 de mayo de 1945, días después de la capitulación del Reich, los soldados alemanes, alrededor de 30.000 más otro tanto en civiles que huían de los rusos, seguían parapetados en este remoto rincón del Báltico, asediados por el Ejército Rojo, sin más pasillo que recorrer, sin víveres ni vituallas, con su Fürher ya cadáver y el otrora imperio nazi desaparecido, nunca mejor dicho, en combate.

Hel por Hachero
Hel por Hachero
Hel por Hachero
Hel por Hachero

Los monumentos que recuerdan a los héroes de Hel están por todas partes, eso sí. Aquí se conmemora la rendición de Hel, el dos de octubre, allí el momento en el que decayeron las fuerzas, un día antes, a las afueras del pueblo los nostálgicos aún visitan la tumba de los caídos en el 39, más allá un museo al aire libre recrea las trincheras y rescata algunos proyectiles de la época...

Hel por Hachero

Hel por Hachero

Hel por Hachero

Hoy Hel tiene su ojos en otra cosa: el turismo, una industria de lo más estacionaria porque en otoño e invierno el clima no es que sea frío: es que duele, y las decenas de hoteles y restaurantes que jalonan la desolada calle principal están vacíos o en semipenumbra. En el puerto los pescadores sacan cubos de arenques y en el mar, con el frío que hace, cientos de cisnes despliegan sus alas en una extraña imagen.Hel por Hachero

Hel por Hachero

La contraofensiva no dejó de tener su interés. En marzo de 1945, el ejército rojo de la Unión Soviética avanzó por el frente de la Pomeramia, desmantelando todo el entramado nazi que se derrumbaba como un castillo de naipes. El 28 de marzo, el Primer Frente Bielorruso del Ejército Rojo tomó Gdynia y Gdansk, con casi veinte mil prisioneros y cuarenta y cinco submarinos alemanes capturados, y el 5 de abril los soviets embotellaron a los alemanes en la trampa donde antes ellos mismos habían embotellado a los polacos.
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Hasta el 10 de mayo de 1945 el ejército ruso no se hizo con este extremo de la dichosa península. Hitler, que había tenido su base no lejos de aquí, llevaba ya diez días muerto, nueve en el caso de Goebbels, y el Jefe del Estado Mayor del Alto Mando de las fuerzas germanas había hecho pública su rendición sin condiciones tres días atrás, el 7 de mayo. Como la rendición se había realizado ante los altos mandos de los ejércitos británico y estadounidense, los rusos se molestaron un pelín y llevaron casi que en volandas a los jefes de la Wehrmacht ante el todopoderoso general Zhukov, comandante en jefe de los ejércitos rojos: la rendición se hizo extensiva a todos los frentes y los disparos comenzaron a silenciarse. Curioso, me digo mientras paseo por este balneario gélido, que en este lugar los alemanes acorralaran a los polacos sintiéndose invencibles y que luego fueron acorralados por los soviéticos mientras se sentían los últimos guarapos del imperio. Los alemanes trasladaron a todos los civiles a esta lengua de tierra, ahí se acumularon los últimos soldados defensores de la cruz gamada, todos huyendo en desbandada de la Gran Venganza Rusa para terminar emparedados entre la sed de justicia y un mar helado y lleno de cisnes… Cuando el último soldado nazi salió de Hel, la Alemania nazi ya no existía y sus víctimas serían ahora sus verdugos...
Hel por Hachero


martes, 25 de marzo de 2014

Viaje a Polonia: el Papa Juan Pablo II como superhéroe nacional polaco

el Papa Juan Pablo II por Hachero


Está por todas partes. Si en vida soñó alguna vez con lograr el don de la ubicuidad o en la Omnipresencia, cosa que dudo, lo consiguió tras su muerte. En pocos sitios puedes encontrar que un superhéroe popular vista la blanca sotana de un Papa pero ahí está, enfrentándose al mal, caracterizado por una andrógina presencia irreal, con melena rojiza al viento y capaz de generar una cascada de sangre con sus sucios colmillos hundidos en el antebrazo del héroe más católico después de Jesucristo. En Polonia Karol Jozef Wojtyla, comúnmente conocido como Juan Pablo II, se asoma desde las paredes del metro, te otea desde la posición dominante que le confieren las miles de estatuas que siembran el país, te observa sonriente en las exposiciones de fotos, de cuadros, en los templos, pareciera que una vez asumida su presencia sientes sus ojos clavados en el cogote y no hay lugar donde puedas esconderte ni siquiera para un pecado venial porque él, o Él, el Papa difunto, el SuperKarol de los lóbregos túneles polacos, está siempre ahí.

el Papa Juan Pablo II por Hachero

Karol Wojtyła no fue solamente Papa: fue todo lo que uno puede pensar que se puede ser. Por ejemplo, está considerado como un importante filósofo personalista, formado en el tomismo, que es la corriente filosófica que toma sus fuentes de Santo Tomás de Aquino, un autor a cuya obra dio una vuelta de tuerca para desarrollar una ética antropológica personalista, según la Enciclopedia filosófica. En sus tiempos mozos, el luego Papa fue un experto jugador de ajedrez, una carrera que quedó truncada con la invasión nazi y la posterior soviética. Trabajó en una cantera, en un laboratorio químico, fue actor a las órdenes de un célebre autor polaco, la Gestapo lo tuvo en búsqueda y captura y finalmente se ordenó cura, donde hizo carrera. Era un tipo brillante, inteligente, y aplicaba sus conocimientos de ajedrecista al mundo, y al espíritu, para enfrentarse a sus rivales en unas larguísimas partidas repletas de movimientos arriesgados. La sotana de cura le quedó pronto pequeña y se enfundó la de Vicario, más tarde la de Obispo, Arzobispo, Cardenal y finalmente Papa.

El Papa Juan Pablo II por Hachero
El Papa a las puertas del puente de madera más largo del Báltico, en la ciudad de Sopot
Un Papa de Polonia, y eso no es cualquier cosa porque el polaco es el nacional de un país sometido a las permanentes humillaciones que le confieren sus poderosos vecinos, ahora lo invadían los alemanes por el oeste, ahora lo invadían los rusos por el este, ahora lo invadían los alemanes más píos con el extravagante nombre de los Caballeros Teutónicos por el oeste, ahora lo invadían los tártaros por el este, ahora los nazis por el oeste, ahora los soviéticos por el este. Un devenir cíclico digno de Heráclito pero que les ha llevado a recibir tantas bofetadas que cualquier victoria, cualquier personaje que elevara el espíritu nacional pasaba directamente a la categoría de Superhéroe, como ya lo son Józef Teodor Konrad Korzeniowski, más conocido por su nombre inglés, Joseph Conrad, o el pianista Frederick Chopin, cuyos Nocturnos resuenan en cada restaurante de bien….

El Papa Juan Pablo II por Hachero
El Papa en Ostroda

El Papa además conocía el hartazgo que sus paisanos tenían por el régimen soviético y el 2 de junio de 1979 voló desde el Vaticano a Varsovia para inaugurar uno de sus más imborrables improntas: la de besar el suelo del país. En este caso era su país, Polonia, una nación en la que nació pero que no tenía relaciones con el país que ahora dirigía, el Vaticano, una extraña coincidencia que desvelaba lo que era un secreto a voces: el país con un sentimiento más fervientemente católico de Europa apenas se llevaba con lo que no era sino su fuente de inspiración y centro de su querida iglesia. Y todo por esos gerifaltes que dirigían el país siguiendo las premisas que les llegaban de Moscú y enredándose en una corrupta e ineficaz burocracia que limaba las pías almas de los más cristianos de la esfera rusa. ¡¡El acabóse!!, pensaban todos sus paisanos entre vodka y vodka, aunque pocos con el coraje de decirlo en público. En la memoria colectiva aún morían una y otra vez los 80 obreros de los astilleros de Gdansk, asesinados sin contemplaciones por fuerzas antidisturbios en una huelga que llegó a tocar las narices de Moscú. De aquellos heroicos obreros tan sólo uno se atrevía a abrir la boca de cuando en cuando, un señor con grandes bigotes llamado Lech Walesa que comenzó su carrera al Olimpo polaco como un combativo electricista en paro y luego llegó a presidente con Juan Pablo como su inspiración...

Juan Pablo II y Lech Walesa

Tras la visita de Juan Pablo II, los reivindicativos obreros de Gdansk, y su bigotudo líder al frente, volvieron a las huelgas, a la épica de la lucha obrera, a las multitudes solidarias que tomaban heladas plazas bajo la nieve. Se sentían impulsados por ese Karol que ahora vivía en el Vaticano y así lo dijo Walesa a la prensa que quiso escucharlo: 'un enviado del cielo, un papa polaco', dijo, un Papa que 'fortaleció en nosotros la esperanza'. Así que el antiguo ajedrecista diseñó un golpe que retumbara por toda la sociedad polaca y por el imperio de hielo que Moscú había trenzado cuan Penélope con escarcha. Su visita a Polonia comenzó a resquebrajar ese hielo mientras que, al tiempo, su personalidad adoptó un halo de superhéroe que volaba con su capa blanca para solucionar los más complicados entuertos. Si le disparaba un turco, el enemigo tradicional del cristianismo en la Europa Oriental, el Papa polaco cicatrizaba su herida en un santiamén, si la naturaleza le ponía un obstáculo en forma de molesto Parkinson el Papa polaco multiplicaba sus viajes por todo el mundo y lo mismo aparecía en Colombia, o en las Filipinas, lo mismo besaba el suelo aliado de los católicos españoles que el menos afín de Israel o el tradicionalmente hostil de Cuba. Con cada uno de sus 104 viajes el mito creció, sobre todo entre sus paisanos, que lo veían ya como la solución a las estrecheces que vivían y, sobre todo, un repulsivo a la crisis identitaria de un país estrujado entre dos gigantes.

El Papa Juan Pablo II por Hachero
Estatua de Juan Pablo II en Elblag

Hoy su aldea natal es un lugar de peregrinación (sobre todo de peregrinos españoles como estos) y su imagen está por doquier. El Papa reparte bendiciones en una estatua de bronce, el Papa saluda a una oculta multitud desde el fondo de un lienzo, el Papa sonríe plácidamente en un altorrelieve, el Papa te vigila en las alturas, el Papa te inspira como líder nacional, espiritual, como un enviado de Dios, como el último reducto del espíritu polaco. El Papa Juan Pablo sigue ahí, mirándote, y tú, que paseas por las calles de Polonia, no sabes muy bien qué pensar ni si el Papa te observará también en la intimidad de tu alcoba.

Juan Pablo II por Hachero
Juan Pablo II en Gdansk

viernes, 14 de marzo de 2014

Viaje a la Guarida del Lobo: Wolfschanze, los bunkers de Hitler en la espesura de los bosques polacos (...y III)

Lugar del atentado a Hitler
'En Prusia oriental hacia un calor sofocante esa mañana y las ventanas de La Guarida del Lobo se encontraban abiertas. Göring discutía malhumoradamente con el general Friedrich Kless, el jefe del estado mayor de Greim, a varios centenares de metros del búnker de Hitler, los motivos por los que la Luftflotte 6 (la flotilla aérea) no enviase sus escasos He 177 (bombarderos de largo alcance) hasta los Urales para bombardear las plantas energéticas soviéticas. 'Nuestra discusión privada se estaba desarrollando de forma muy acalorada', recuerda Kless, 'cuando de pronto Göring fue alertado por teléfono: acababa de producirse un atentado contra la vida del Führer a unos centenares de metros del lugar donde nos encontrábamos'. El autor de la llamada era el adjunto de Hitler, el coronel von Below. Con voz demudada, les explicó a gritos que acababa de estallar una bomba debajo de la mesa de conferencias del Führer. Este estaba vivo, pero los generales de la Luftwaffe Bodenschatz y Korten habían resultado heridos (este último mortalmente, según se comprobaría luego). Después de acompañar a Hitler hasta la estación más próxima para recibir a Mussolini, a quien no podía tragar, Göring se acercó a examinar la cabaña de conferencias destrozada por la bomba. Se quedó asombrado de que Hitler hubiese podido sobrevivir a una explosión que había partido por la mitad la pesada mesa de roble. 'Hoy estoy más convencido que nunca de que una providencia todopoderosa nos concederá la victoria', declararía al día siguiente ante sus hombres'

biografia de Göring de Irving, Altaya, 2008, Aquí el libro (en inglés)

Barracón del atentado a Hitler, por Hachero

Del lugar donde el general Stauffenberg colocó un maletín con explosivos apenas quedan unos restos de muro tapizados de un musgo verdísimo. Una placa recuerda el momento, alguna fotografía en un panel explica que fue el momento crucial donde pudo cambiar el rumbo de la contienda, en la sucesión de imágenes se ve a Mussolini contemplando los destrozos ante la incrédula mirada de Hitler. Ocurrió el 20 de julio de 1944, cuando los vientos de la guerra soplaban ahora con fuerza desde el este y el propio Führer adivinaba ya un cambio en su suerte. El coronel, y conde, Claus von Stauffenberg intentó el golpe de estado gestado en la célebre Operación Valquiria, un plan que nació en 1938 pero que nadie se atrevió a ejecutar hasta ese momento. La película de Hollywood, Valkiria se basa en ese momento y en este lugar.

bunker de ketiel en Wolfschanze, por Hachero
Los hierros sobresalen de las piedras formando curiosas estalactitas
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El 14 de febrero, en Prusia Oriental, un convoy de vehículos militares con distintivos del Ejército Rojo abandonaba la ruta principal de Rastenburg a Angeburg para tomar una carretera secundaria que desembocaba en un frondoso pinar. Toda la región estaba inmersa en una atmósfera de melancolía.

Hitler en Wolfschanze
Hitler en Wolfschanze
Desde el camino podía verse una alta valla de alambre de espino, así como una alambrada plegable. Los vehículos no tardaron en llegar a una barrera en la que un cartel en alemán rezaba: “Alto: Emplazamiento militar. Prohibida la entrada a la población civil”. Se trataba de la entrada al antiguo cuartel general de Hitler, la Wolfsschanze.

Los camiones transportaban tropas de guardias de la 57a división de fusileros del NKVD 2. Los oficiales que comandaban el convoy vestían uniformes del Ejército Rojo, si bien no debían lealtad alguna a su cadena de mando. En cuanto miembros del servicio de contraespionaje SMERSH, sólo respondían, en teoría, ante Stalin. En ese momento no profesaban un gran aprecio al Ejército Rojo: los vehículos destartalados que les habían proporcionado procedían de unidades que habían tenido la oportunidad de librarse de lo peor de sus equipos. A pesar de que era una práctica frecuente, el SMERSH y el NKVD no parecían agradecerlo.

casa de Göring en Wolfschanze, por Hachero
Esta era la casa de Göring

Su dirigente llevaba puesto el uniforme de general. Se trataba del comisario de Seguridad Estatal del segundo rango, Viktor Semyonovich Abakumov. Laurentius Beria lo había nombrado primer jefe del SMERSH en abril de 1943, poco después de la victoria de Stalingrado. Abakumov seguía de cuando en cuando la costumbre, aprendida de su dirigente, de arrestar a mujeres jóvenes para violarlas, aunque la especialidad de su jefe era la de participar con una porra de goma en las palizas que se propinaban a los prisioneros. A fin de no estropear la alfombra persa de su despacho, “se desplegaba sobre ella una sucia estera salpicada de sangre” antes de introducir al desdichado recluso.

Bunker de invitados, por Hachero

A Abakumov, a pesar de que aún era jefe del SMERSH, lo había enviado Beria “para que tomase las medidas propias de la Cheka que considerara necesarias” tras el avance del tercer frente bielorruso hacia Prusia Oriental. Abakumov se había cerciorado de que el número de hombres que se hallaban directamente a sus órdenes, doce mil, fuese el más elevado de todos los adscritos a cualquier grupo armado de los que invadían Alemania. Incluso era mayor que el de los soldados que se hallaban con los ejércitos del mariscal Zhukov.

Bunker de Bormann en Wolfschanze, por Hachero
Bunker de Bormann
A su alrededor se extendía una capa de nieve húmeda. A juzgar por el informe que presentó a Beria, las tropas del NKVD desmontaron para bloquear la carretera mientras Abakumov y los demás oficiales del SMERSH comenzaban su inspección. Sin duda actuaron con cautela, dado que ya se había informado de la existencia de trampas explosivas alemanas colocadas en la zona de Rastenburg. A la derecha de la barrera situada en la entrada se erigían varios fortines de piedra que contenían minas y material de camuflaje. A la izquierda se hallaban los bloques de barracas en los que se habían alojado los guardias. Los oficiales del SMERSH encontraron hombreras y uniformes del batallón Führerbegleit. El temor que había invadido a Hitler el año anterior de ser capturado durante un ataque sorpresa de paracaidistas rusos lo había llevado a “convertir el batallón de guardias del Führer en una brigada surtida”.

bunker de keitel en Wolfschanze, por Hachero
El bunker de Keitel, el asistente pelota de Hitler
Siguiendo la carretera que se internaba en el bosque, Abakumov pudo ver señales a ambos lados del camino, cuyo contenido tradujo su intérprete: “Prohibido salir de la carretera” y “¡Peligro: minas!”. Apuntó cada detalle con el fin de redactar un informe para Beria, que sabía que acabaría en manos de Stalin: el Jefe tenía un interés obsesivo en todos los pormenores de la vida de Hitler...

Lo que más llama la atención del informe de Abakumov, sin embargo, es el alto grado de ignorancia del que, según pone de relieve, adolecían los soviéticos en relación con aquel lugar. Este hecho resulta en especial sorprendente si se tiene en cuenta el número de generales que habían capturado e interrogado entre la rendición de Stalingrado y los albores de 1945. Al parecer, habían tardado casi dos semanas en encontrar aquel complejo de cuatro kilómetros cuadrados. El camuflaje que lo hacía invisible desde el aire resultaba sin duda impresionante: no había carretera ni callejón que no estuviese cubierto de redes verdes. Toda línea recta se había disimulado con árboles y arbustos artificiales, y las bombillas del exterior eran de color azul oscuro. Incluso los puestos de observación, que llegaban a los treinta y cinco metros de altura, se habían dispuesto de tal manera que pareciesen pinos.

bunker de Ketiel en Wolfschanze, por Hachero
Interior del bunker de Keitel
Cuando se introdujeron en el primer perímetro interior, Abakumov observó las “defensas de hormigón armado, alambre de espino, campos de minas y un buen número de puntos de tiro y barracones para los guardas”. Los búnkeres de la Entrada nº 1 habían sido dinamitados después de que el Führer hubiese dejado el recinto de forma definitiva el 20 de noviembre de 1944; desde entonces habían pasado menos de tres meses. Con todo, Abakumov no tenía idea de por qué habían abandonado el complejo. Llegaron a una segunda cerca de alambre de espino, a la que siguió una tercera. En el interior del recinto central encontraron una serie de búnkeres con postigos blindados unidos a un garaje subterráneo con capacidad para dieciocho coches.

Casa de Göring en Wolfschanze, por Hachero
Casa de Göring
“Entramos con gran cuidado”, escribió Abakumov. Encontraron una caja de caudales, pero se hallaba vacía. Las habitaciones, según anotó, contaban con “un mobiliario muy sencillo”. (En cierta ocasión se describió el lugar como un cruce de monasterio y campo de concentración). Los oficiales del SMERSH sólo estuvieron seguros de haber encontrado el lugar correcto al descubrir en una puerta un cartel que anunciaba: “Asistente de la Wehrmacht del Führer”. La habitación de Hitler, por su parte, estaba identificada por una fotografía suya con Mussolini.

Abakumov no reveló emoción alguna por el hecho de hallarse por fin en el lugar desde el que el dirigente alemán había dirigido su despiadado ataque contra la Unión Soviética. Por el contrario, parecía mucho más preocupado por las construcciones de hormigón armado y por sus dimensiones. Todo hace pensar que, impresionado, debió de preguntarse si Beria y Stalin no estarían interesados en construir algo semejante. 'Creo', escribió, 'que sería una buena idea hacer que nuestros especialistas inspeccionasen el cuartel general de Hitler y vieran la excelente organización de todos estos búnkeres'. A despecho de su inminente victoria, los dirigentes soviéticos no daban la impresión de sentirse mucho más seguros que su gran enemigo.

Berlín, la caída (1945), de Antony Beevor. Crítica, Barcelona, 2002.

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WOLFSCHANZE por Hachero
La impresión de Abakumov no impidió que también los rusos trataran de destruir el recinto. Si el mariscal de Campo Johann Keitel, al que sus compañeros llamaban 'Lakeitel' (vasallo en alemán) por su extremo peloteo al Führer, ordenó volar todos y cada uno de los bunkers para que no se aprovechara nada, los soviets lo observaron todo con mucho interés pero decidieron que mejor estaría por los suelos, como la mismísima imagen del Führer.

bunker de hitler en wolfschanze, por Hachero
Los muros del bunker de Hitler son tan gruesos que no hay quien los rompa

hotel en los bunkers de Hitler en Wolfschanze, por Hachero
El lugar tiene incluso un hotel en un antiguo búnker
Pero ahí sigue, en pie, imponente en su destrucción, tan disimulado como los ingenieros de la OT la concibieron en sus inicios, un monumento mudo a una civilización extinta y asesina, poderosa y cruel, un remedo de aquellas ruinas mayas, incas o mexica, de los misteriosos pueblos jemeres o birmanos, un canto a la locura más organizada. Durante años los vecinos vinieron a jugar entre los bunkers, dicen que incluso se organizaron partidas de paint ball, hoy incluso es posible dormir en el salón de reuniones, donde se ha levantado un hotel para frikies, pasear entre visitantes que quieren sentir las malas vibraciones, o tal vez huir de tanto baño en los numerosos lagos cercanos, que atraen a decenas de miles de veraneantes cuando el calor hace más agradables estos bosques.

lituana posando en Wolfschanze, por Hachero

Al final de mi visita aparece un nutrido grupo de turistas. Son lituanos y entran en todos los bunkers donde se prohibe la entrada. Una chica se contonea ante el bunker de los telegrafistas mientras su compañero le saca fotos. Cualquiera de ellos dejará una pintada en uno de estos muros, cualquiera de ellos recordará que ama a una persona y tallará otro corazón en un árbol. Porque la vida sigue y las terribles órdenes y los fantasmas de los soldados que deambulan entre el musgo y las hojas caídas del bosque otoñal no son más que recuerdos de un pasado del que algunos dudan, del que otros reniegan, del que todos debemos aprender.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Viaje a la Guarida del Lobo: Wolfschanze, los bunkers de Hitler en la espesura de los bosques polacos (II)

El bunker de Hitler
Adolf Hitler llegó al complejo de Wolfschanze el 24 de junio de 1941, tres días después de la invasión de la Unión Soviética, y convirtió este espectral bosque de piedras y altos árboles en un ajetreado teatro bélico. El excelente trabajo de la OT había creado el cuartel general en un lugar invisible desde el aire, disimulado entre los árboles, mimetizado con el suelo y las ramas, envuelto en redes que cambiaban según la época del año para asemejarse al color de las hojas. El complejo tenía dos campos de aviación, centrales eléctricas, una estación de ferrocarril, sistemas para drenar el agua e instalaciones para purificar el aire del interior de los bunkers, tenía un centro de telecomunicaciones, un complicado sistema de calefacción y más de dos mil personas trabajando como hormigas.

Oficina ayudantes y ejército personal Hitler en Wolfschanze, por Hachero
Oficina de los ayudantes y el ejército personal de Hitler
Los garajes de Wolfschanze, por Hachero
Los garajes del sistema de bunkers
chimenea en Wolfschanze, por Hachero

Estaban los oficiales pero también los soldados, los escoltas, había conductores, mecanógrafos, ingenieros, peluqueros, sastres, mecánicos. Una ciudad que en la mente de los nazis estaría ocupada alrededor de un año porque la victoria en el frente ruso no podía retrasarse. El entorno es hermoso, como dije, pero nada agradable: rodeado de pantanos, en verano infestado de mosquitos y con un calor que impedía respirar, en invierno era húmedo y gélido, nevaba abundantemente, parecía el infierno congelado.

La Guarida del Lobo vista desde la ventana del bunker de Bormann, por Hachero
En el bunker de Bormann
Toda la literatura sobre el lugar insiste machacona en los mosquitos. Zumbidos, picores, auténticas nubes. Unos mosquitos que yo no veo porque es otoño y los molestos bichos estarán preparándose para los rollizos turistas veraniegos. Pienso en que debieron, y deben, de ser una auténtica pesadilla porque incluso la secretaria personal de Hitler, Tradul Junge, los recuerda nítidamente en su célebre libro 'Hasta el último momento' incidiendo en qu el propio Fürher dejó de sacar a pasear a su perrito: "En las praderas pantanosas vivían enjambres de mosquitos que nos amargaban la vida. Los centinelas tuvieron que ponerse mosquiteras delante de la cara y lo mismo se hizo en las ventanas. Hitler odiaba ese tiempo, a Blondi le sacaba a pasear el sargento Tornow, jefe de perros, mientras él se quedaba en el fresco de las habitaciones de hormigón'.

Bunker de Hitler en Wolfschanze, por Hachero

bunker de hitler en Wolfschanze, por Hachero

Bunker de Hitler en Wolfschanze, por Hachero
Casa del té de Hitler
Como si el espíritu de Blondi hubiera ladrado desde el Más Allá un perrito asoma su hocico de un bunker y mueve el rabo mientras me mira alegre. Será mi única compañía en esta fría mañana otoñal, la reencarnación de Blondi y yo. Y un corazón tallado en un árbol. Judl también recuerda que los oficiales querían vivir en las barracas pero dormir en los bunkeres, donde podrían conciliar el sueño sin temer que les cayera encima el Ejército Rojo. 'Speer se construyó una urbanización entera, Göring el palacio más puro', 'a Morell (el médico de Hitler) se le permitió incluso un cuarto de baño...' De la vida diaria de estas ruinas sólo podemos imaginar a través de las palabras de esta secretaria panoli que murió en 2002. 'La instalacion apenas se podia reconocer. En vez de los bunkeres pequeños y bajos, unos pesados colosos de hormigon y hierro sobresalían por encima de los árboles. Desde arriba no se veía nada. En los tejados planos se había plantado hierba, del hormigón salían árboles naturales y artificiales: visto desde un avión el bosque no se interrumpía nunca. En el nuevo bunker, las habitaciones eran mas pequeñas y el mobiliario se reducía a lo imprescindible'.

Bunker de Göring en Wolfschanze, por Hachero
bunker de Goring
Bunker de Göring en Wolschanze, por Hachero

La casa de Göring en Wolfschanze, por Hachero

Las habitaciones hoy parecen mayores de lo que le parecían a la señora Judl y en el bunker de Alfred Jodl, el consejero estratégico de Hitler, manos amigas han dejado sucesivas pintadas en recuerdo de los nazis: neonazis de Poznan, neonazis polacos, un sinsentido más, pienso, después del genocidio que consumaron los alemanes precisamente en Polonia.

Bunker de Alfred Jodl en Wolfschanze, por Hachero
El bunker de Alfred Jodl, el oficial asistente de Wilhlm Keitel, a su vez asistente de Hitler
Bunker de Alfred Jodl en Wolfschanze, por Hachero

Bunker de Alfred Jodl en Wolfschanze, por Hachero
Botellas de vodka y pintadas neonazis de Poznan
Más allá de lo lúgubre que resulta a día de hoy este conjunto de ruinas, y de la fascinanción que despierta su similitud con esas ruinas mayas o jemeres devoradas también por la naturaleza, sorprende que en su momento de máximo apogeo los moradores lo vieran casi que como yo lo veo hoy. 'Hitler sentía predilección por las estancias amplias y a mí me sorprendía a veces que pudiera soportar su pequeño bunker con un techo bajo y unas ventanas minúsculas'.

Casa del té junto al bunker deHitler en Wolfschanze, por Hachero

"Cambié mi alojamiento en el tren especial por una cabina en el bunker, pero mi nueva residencia no me gustaba. Yo necesito la luz y el aire, y no soportaba la atmosfera del bunker. Durante el día vivía en una habitación de ventanas pequeñas, pero dormía en una inhóspita cabina sin ventanas. El aire entraba mediante una helice de ventilación en el techo, al cerrarla se tenía la sensacion de ahogo, al abrirla el aire entraba silbando y uno parecia estar en un avión"...

Bunker de Hitler en Wolfschanze, por Hachero

Dice Paul Preston en su libro Franco que Agustín Muñoz Grandes, el falangista que fue director general de seguridad en la II República y primer ministro secretario general del Movimiento, se instaló en el bunker de invitados durante el verano de 1942. Muñoz Grandes se había granjeado una exquisita fama de organizador militar en el norte de Marruecos y tenía carreta para hablar durante horas contra Serrano Suñer, que no sólo fue repetidas veces ministro de Franco sino también su cuñado, además del mando de la División Azul. Según Muñoz Grandes el fascismo español necesitaba una reforma profunda y él se ofrecía para instaurar en España un nazismo de corte alemán, una idea que dejaría a Franco a un lado y que entusiasmaba al propio Führer. Muñoz Grandes y el Führer se cayeron bien mutuamente.

Agustín Muñoz Grandes en Wolfschanze
Agustín Muñoz Grandes en Wolfschanze saludando a Hitler

El español se sentía 'confortado' por la mirada de Hitler  y el líder nazi no disimulaba su afecto por el falangista que había brillado en la invasión de la Unión Soviética. Tanta química tuvieron en este lúgubre bosque que la División 250 fue trasladada a un nuevo frente, a pesar de sus muchas lagunas, y Muñoz Grandes volvió al frente 'imbuido de un vigor nuevo'. Ladra el perrito que arrastra el espíritu de Blondi y salgo del embrujo que me causa el espectro del falangista conspirando junto al mismísimo Hitler contra Franco en este sombrío rincón de la antigua Prusia.

El bunker de invitados de Wolfschanze, por Hachero
Aquí se alojó Muñoz Grandes durante su estancia en Wolfschanze

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