martes, 18 de febrero de 2014

Viaje a Indonesia: en las campos de té de la isla de Java


Cada vez que un inglés se sienta a las cinco de la tarde para tomar su tradicional té o que un marroquí organiza un sarao con la tetera del abuelo y manojos de menta, resuenan los ecos de Shen Nung en alguna parte del universo más olvidado. Porque, dicen las leyendas y confirman las crónicas, o tal vez al revés, tres siglos antes de que naciera Nuestro Señor Jesucristo el emperador tuvo un pálpito y prohibió a sus súbditos, que ya eran legión en aquel momento, que bebieran agua sin hervir porque el agua sin más era fuente de enfermedades. Y dice más la leyenda: que una hoja voló caprichosa para posarse suavemente en la taza con agua hervida que el emperador, Shen Nung, se disponía a beber y que la hoja desprendía buen olor y buen color y que cuando el emperador dio el primer sorbo descubrió albozorado que también tenía buen sabor. Dicen los chinos que así nació el té y que corría el año 250 A.C

campos de té por Hachero

Los indios de la India, el otro gran poder del continente asiático, desmienten categóricos esta versión y se inclinan por su gran Bodhidharma, el Buda para los profanos, y aseguran ellos que este hombre santo mascaba las hojas del té para estimular su mente y dedicarse sin cansancio ni distracciones a la meditación que le dio fama y seguidores.

campos de té por Hachero

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Fuere como fuere, y fuera quien fuera, los datos históricos más fiables hablan del Ch'a de los chinos como origen de una bebida que ya era conocida en los tiempos de Confucio, allá por el 550 antes de Cristo, anterior incluso a su propia leyenda, una bebida tan popular que antes del primer milenio de nuestra era ya se había convertido en la bebida oficial de China.

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Los europeos tardamos algo más en descubrir las bondades del té. Concretamente, siete siglos, un periodo durante el que los europeos degustaban vinos y zumitos y agua pero nada de té ni de café: qué mundo tan diferente, ¿¿cómo se despertarían nuestros antepasados?? ¿¿en qué mojarían el mollete y las galletitas??

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En el siglo XII el italiano, o croata, Marco Polo ya supo de cómo se las gastaban los chinos cuando en 1285 el ministro de finanzas chino sufrió la ira del pueblo y terminó siendo destituido por una arbitraria subida de los impuestos del té. Para reportes más sesudos y minuciosos hay que trasladarse ya al siglo XVI, cuando los portugueses establecieron su puerto de Macau y dieron a conocer la palabra t'cha. Sin embargo el té no debió de parecerles siquiera comparable al vino de Oporto y dejaron pasar un negocio que sí vieron los holandeses unas décadas más tarde, cuando un barco de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales llevó el primer cargamento de hojas verdes de té a Amsterdam. Y ya de ahí, se expandió en todas direcciones. En 1684 los holandeses plantaron las primeras matas de té usando semillas japonesas de una variedad de té chino. Los dutchs ya controlaban el comercio del té desde 1610 con sus envíos a los países Bálticos, Francia y Holanda, sobre todo, con lo que se convirtió en la primera potencia de té del mundo en su época hasta que los británicos les arrebataron el negocio y el honor con sus grandiosas plantaciones de la India y Ceilán, y la fama que se llevó esta última.

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Mi amigo Andrea Peresthu quiere enseñarme una plantación de té. Está en la isla de Java, en Indonesia, en los alrededores de Bandung, y no es cualquier cosa porque Indonesia es el octavo productor del mundo, con más de 142.000 toneladas de esta suave hoja, una cifra que parece una minucia comparada con China, que produce nada menos que un millón seiscientas cuarenta mil toneladas, o la India, que se acerca al millón. Kenya también destaca en el puesto tercero, extrañamente, pienso yo, seguida por Sri Lanka, Turquía, Vietnam e Irán. Una posición que no es precisamente relevante y por un sencillo motivo: las extensas superficies dedicadas a la plantación de la hoja del té se siembran de palma africana para producir biodiésel (como en Colombia: pincha aquí para verlo), una pena porque se trata de un té tan reconocido que el 65% de la producción nacional se destina a la exportación. Indonesia exporta su té a Rusia, Gran Bretaña y Pakistán y proviene de grandes plantaciones, como esta en la que me encuentro, un producto que trae más quebraderos de cabeza a los empresarios que otra cosa porque depende mucho del mercado internacional y cualquier exceso de producción en China, por ejemplo, provoca caídas brutales del precio y ruinas generalizadas entre esta gente. Lejos quedaron los tiempos en los que Indonesia alcanzó la cuarta posición mundial, justo antes de que los japoneses invadieran toda la fachada pacífica del continente y mandara a hacer gárgaras todo el sistema establecido. Y eso que  el consumo mundial de té crece un 4% anual, lo que hace del negocio, en teoría, una buena inversión. Y que los indonesios beben abundantemente una bebida llamada Teh Botol, que no es más que té embotellado, que tiene fama mundial, el TEH BOTOL

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Sin embargo, los trabajadores del té que sonríen ante mis narices tienen la fama de ser, junto a los textiles de Bangladesh, de los peor pagados del mundo. Sólo una cuarta parte de lo que ganan sus compatriotas, según Oxfam y la Ethical Tea Partnership, que es ya de por sí bastante poco (no llega a 80 dólares al mes) y que afecta a nada menos que 300.000 empleados

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El Banco Mundial sitúa en los dos dólares diarios el salario de pobreza y en 1,25 dólares el sueldo de pobreza extrema. En Java muchos de estos trabajadores no sólo reciben sueldos miserables sino que, como si fuera poco, las prestaciones en especie y las remuneraciones no salariales (comida, alojamiento o combustible) son una parte significativa del sueldo. Lo sueldos en Indonesia según OXFAM están por encima de los umbrales internacionales de la pobreza pero son bajos en términos relativos: peor están los empleados del té en Malawi, donde el trabajo no da para sobrevivir. Pobre consuelo, concluyo mientras me despido de los simpáticos braceros embadurnado en un fino olor a té verde. Trabajar para no morir para seguir trabajando y no muriendo.

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