sábado, 1 de febrero de 2014

Viaje a Hong Kong: rascacielos sostenidos por andamios de bambú




En el centro de Hong Kong se levanta una gran obra: un rascacielos. Allá en las alturas los obreros desafían a Newton mientras los destellos de una radial iluminan a fogonazos la tarde de la ciudad. Los miro asombrados porque un rascacielos en Hong Kong no es cualquier cosa: se trata de una ciudad que recuerda a un bosque de rascacielos, pareciera la obra de un niño travieso e hiperactivo al que hayan regalado una gran caja de legos.

Visto desde lo que aquí llaman el Peak, Hong Kong es un espectáculo hermoso y desconcertante. Pero los obreros que caminan vacilantes por las alturas de ese rascacielos en obras parecen funambulistas que arriesgan sus vidas cruzando delgadísimos cables. Aquí no hay cables pero tampoco estructuras de metal, como las de Europa.


Los andamios son de bambú.
¡De bambú!


Me acerco para observarlos de cerca. Aunque ya he leído el uso que hacen los asiáticos del bambú en las obras y aunque haya visto vídeos que los muestran sin artificios, no deja de asombrarme aún más. Las largas varas de bambú están anudadas con tiras de plástico y apoyadas en el suelo sin ninguna sujeción anexa. Sí, me digo, es el acero vegetal, flexible como pocas cosas y resistente como ninguna, he comido carne con verduras cocinada en bambú hueco que ponen al fuego y no se quema, he bebido licor de bambú que me hizo pensar que una puerta cerrada estaba abierta, he comido brotes tiernos de bambú y lo he visto crecer salvaje en todo el sudeste asiático. Pero construir un rascacielos de cuarenta plantas con un andamio de bambú que no se sujeta a nada en el suelo me parece un misterio digno de Fátima.

Sí los anudan, algo es algo, pero con cintas de nylon de no más de 30 centímetros de largo que me crean cierta ansiedad al mirar hacia arriba. Dicen que esos nudos ayudan a la flexibilidad del vegetal y que en caso de movimiento fuerte, un sismo por ejemplo, favorecen el movimiento de toda la estructura sin que llegue a desmoronarse. La rigidez de los andamios metálicos les provoca ansiedad y piensan en terremotos donde nada se deje mecer y todo colapse reventando por los puntos inflexibles, que serían nuestras zapatas. Y ahí siguen, resistentes a seísmos pero también a lluvias torrenciales, vientos huracanados y hasta los tifones que visitan la ciudad de cuando en cuando.

Por si fuera poco han hecho el cálculo del tiempo que ahorran montando toda esta parafernalia y han llegado a esta conclusión: se tarda doce veces menos en montar el andamio de bambú que el de acero y aluminio. Al ser tan flexible, el bambú puede doblarse para adaptarse a edificios que desafían las líneas rectas,en algunos sitios incluso se adaptan a terrenos montañosos.

Las estructuras de bambú tienen todos los tamaños posibles: las hay pequeñas, con las que hacen pequeñas obras que parecen sostenerse por arte de magia en la mitad de un gran edificio; las hay mayores, con las que arreglan toda una planta. Las hay gigantescas, que cubren todo el edificio y lo envuelven en una suerte de esterilla verde que parece guardar un enorme regalo.



Pero a los asiáticos mi admiración les causa cierta rechifla. Dicen que el bambú no sólo es flexible y más fiable que el acero sino que tiene propiedades misteriosas asociadas al noble arte del feng shui, la ciencia china de la armonía por la que todo tiene un determinado espacio y un determinado tiempo. Si sigues los dictados del feng shui, tu vida irá mejor. El feng shui te dicta la orientación de tu hogar, dónde poner los muebles, cómo distribuirlos, hacia qué dirección debe apuntar tu cabeza durante el sueño, cómo evitar que los espíritus malignos te torturen en tu propia casa y, cómo no, de qué manera construir los edificios. Y ahí el bambú es fundamental porque tiene buenas vibraciones para esto del feng shui. Aunque sea ahí arriba, a 150 metros y en una planta 40.

El uso del bambú se extiende por todo el sudeste asiático. En Filipinas dicen que ‘cuanto más alto es el bambú, más bajo se encorva’ y los chinos aseguran que ‘la sabiduría del bambú es saber doblarse sin romperse y sacudirse cuando la tierra tiembla’. Dicen los japoneses que ‘si quieres quebrar el bambú, hazlo cuando sólo sea un brote’ y un sabio chino decía que ‘los padres siembran el bambú que dará sombra a los hijos’. Hay un tipo de bambú japonés que germina a los siete años de sembrar la semilla y entonces crece a toda prisa hasta treinta metros en un año.

El primer andamio de bambú, por si todo esto no pareciera una broma, se remonta a cinco mil años atrás y al menos desde hace dos mil lo utilizan para levantar grandes estructuras. Dicen que es cinco veces más fuerte que el cemento pero tiene tres grandes inconvenientes. El primero es que tiene una vida limitada a tres años (aunque pocos edificios aquí tardan tanto en construirse). El segundo es que no deja de ser madera y como tal puede arder con facilidad por lo que necesita un baño de sustancias ignífugas. Por último, las lluvias pueden hacer que su tamaño varíe y reduzca su perímetro, por lo que hay que estar muy atento. Aunque para eso existe toda una élite del albañil de toda la vida: en Hong Kong los trabajadores especialistas en estos andamios cobran un buen dinero y deben superar un complicado curso que los habilita en el montaje de estas estructuras. En todo caso, desconcertante.











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