viernes, 22 de febrero de 2013

Viaje a Georgia: la Tbilisi del gaditano Juan Van Halen (y II)





Dice Van Halen que Tbilisi está atravesada por el río Kur, que corre entre rocas escarpadas, y que 'la moderna ciudad se extiende sobre las alturas de la derecha de este río, siguiendo a la antigua, edificada en forma de anfiteatro a la falda de una colina donde se eleva un antiguo castillo'. Ya en aquella época la policía trataba de derribar las casas viejas para igualarlas a las modernas, y pienso en una vecina del casco histórico desesperada porque su casa se cae a trozos que me llama en italiano para que cuente en España lo que está viviendo... Decía Van Halen que la mayor parte de las casas no tenían más cimientos que la roca viva, sobre la que estaban edificadas. Unas rocas que el gobierno ruso aprovechó cuando derribaron la fortaleza de la ciudad pero de la que dejaron los calabozos con los reos dentro: Juan Van Halen sufrió al encontrar alojados a lo que le pareció más bien anacoretas que presos, tan abandonados le parecieron.


De las aguas termales que dan nombre a la ciudad, Van Halen dice que el agua brota hirviendo a través de las rocas con efectos muy eficaces para los reumatismos y cierta clase de heridas, grutas que solo reciben luz por una lumbrera estrecha abierta en la cúspide de la bóveda de ladrillos, al estilo árabe. Antes los encargados eran tártaros y no sé si el abuelo que me propina una severa paliza con una indefensa desnudez es tártaro o no. 'Apenas han pasado un par de minutos aquel hércules coge de la mano al neófito, lo saca y lo tiende a lo largo boca arriba en una tarima de madera, del largo y ancho necesario para el cuerpo, y comienza una operación curiosa. Con efecto, estruja el cuerpo dándole vueltas como si manejase una esponja y frotando fuertemente sus coyunturas: cuando principia la transpiración y parece el cuerpo más flexible, lo vuelve a hacer entrar en el agua...'



De las georgianas dice que son hermosas según las provincias, y que cuanto más al Cáucaso, mayor es la belleza de sus moradoras... Mingrelianas, circasianas y chechenas se llevan el galardón máximo del cañailla... Claro que también observa que son muy raras las mujeres públicas, y que el adulterio tampoco se estila demasiado, aunque los padres están dispuestos a vender a sus hijas por cualquier cantidad de dinero. Y si no las venden, las casan por conveniencia y los novios no llegan a verse hasta el final de la boda, cuando los padrinos levantan el velo de la novia y, dice Van Halen, superada la primera sorpresa, 'se abrazan los novios y empiezan las pasiones donde acaba la etiqueta..'

En la Georgia de 1819 habitaban el país, según Van Halen, 420.000 cristianos y 320.000 musulmanes, el comercio estaba en manos de los armenios ('tan inclinados a la avaricia y a los cálculos mercantiles, que se dejarían matar por no perder una onza de algodón...'). De los tártaros dice que su corpulencia es notable, tienen ojos negros, tez color cobre y semblante ceñudo, 'generalmente son valientes sin fanfarronada, laboriosos y hospitalarios, apasionados por la guerra, a la par que inútiles para combatir en regla...'. Sobre los georgianos, que son muy válidos para las guerras en Asia, morenos y de ojos negros, aire presuntuoso y fiero, capaces de grandes sacrificios pero una vez resentidos: falsos y taimados.


De los circasianos dice que son capaces de cambiar a 'los muchachos de tierna edad y sobre todo a las mujeres' a los turcos a cambio de armas para luchar contra los rusos. De los circasianos dice también que cuando llegaban a edad avanzada, 'eligen el rincón más oscuro y retirado de la casa, donde aguardan meses a la muerte con la más estoica tranquilidad', mientras los familiares se reparten sus posesiones.


De los chechenos el gaditano admira también su ferocidad contra el poder extranjero y las deudas de sangre con las que solucionan sus cuitas. 'No hay ejemplo de haber visto desarmado nunca a ningún tchetchenski: mueren o se dan la muerte, jamás, ni aún para dormir, se desprenden de su horrible y ancho puñal...'. Un arma terrible que, según Van Halen, empozoñan con veneno que mata enemigos hasta que lo vuelven contra sí mismos para evitar caer en manos hostiles.

Iglesia de la Virgen María Mtekhi

En este contexto, el zar Alejandro nombró enviado especial a Aleksei Yermolov, el legendario general que sirvió de inspiración a Pushkin, con una doble misión: pacificar la región y enfriar el conflicto con los persas. Yermolov era muy conocido por sus campañas contra Napoleón y también por sus batallas contra los montañeses de Chechenia pero la condecoración que recibió del mismo Sha (la orden del Sol de Persia) le hizo ver que tenía un portento en el ejército. Yermolov acosó a los chechenos hasta arrinconarlos y tiene entre sus haberes la fundación de Grozni, la hoy capital de Chechenia, en el enclave de un enorme bosque que protegía a los montañeses de los ataques rusos. Eso sí, no quedó ni uno sólo de aquellos altísimo árboles que eran la enseña de la región. Yermolov logró una victoria contundente contra los chechenos en Andrewski, la capital del montañoso país (Grozni es obra rusa), donde los veinte mil habitantes que la poblaban quedaron reducidos a un centenar de ancianos refugiados en la mezquita.


A las órdenes de Yermolov, y bajo la mirada del zar Alejandro, Van Halen sirve de ejemplo a los oficiales de cómo modernizar un ejército, la aspiración suprema del enérgico Alejandro. De Yermolov, Van Halen deja una descripción de amigote de juergas: 'de estatura elevada, de formas hercúleas y muy bien proporcionadas, constitución vigorosa y actitud marcial; sus facciones, sin ser duras, eran muy marcadas; su fisonomía rebosaba dignidad y energía, y sus miradas penetrantes y vivas, al fijarse en cualquiera, anunciaban un alma sin remordimientos y el genio de un hombre superior'.


Después de la campaña en el Daguestán, Juanito Van Halen recibe unas cartas en las que le hacen saber que el rey le perdonaba su insurrección, le sobreseía los procedimientos y sus amigos le conminaban a volver para reincorporarse a la oposición que encabezaba otro militar, Riego. Impaciente por regresar y dejar atrás una región tan extraña como llena de emboscadas, Van Halen solicita al zar su reincorporación a los ejércitos españoles, una petición que apoya su amigo Yermolov, aunque el soberano ruso, nada amigo de las revueltas antimonárquicas, lo tomó casi que como una afrenta. El zar olvidó que le había concedido la orden de San Jorge, máxima condecoración del imperio por valor en el combate, y la de San Vladimiro, que convertía al de San Fernando en noble ruso, se le olvidaron sus campañas en el Daguestán, en Chechenia y en el Nagorno Karabagh, y ordenó su expulsión de los ejércitos rusos y que se le deportara hasta la frontera con el imperio austríaco. Van Halen abandonó Tbilisi dejando lágrimas en los ojos de su amigo Yermolov y cabizbajos a sus camaradas para ser trasladado a la frontera de la Galitzia austríaca.
 
Y dejó también, por supuesto, la primera descripción de esa extraña parte del mundo, el Cáucaso, la Iberia de los antiguos griegos, en su libro 'Dos años en Rusia'.






© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com

Viaje a Georgia: la Tbilisi del gaditano Juan Van Halen (I)


El casco histórico de Tbilisi desde el río Kurá


Corría el año de 1818 cuando Juan Van Halen llegó a Tbilisi para reforzar la conquista del Cáucaso. Nada extraordinario de no ser porque Juan Van Halen era un cañaílla nacido en San Fernando, en Cádiz, y que fue, posiblemente, el primer español dejarnos una descripción de las costumbres del Cáucaso. Cuando Van Halen llegó a Tbilisi aún quedaban circasianos en Circasia, vivían armenios en Azerbaiyan y las montañas del Daguestán eran un quebradero de cabeza para el ejército ruso. Van Halen llamaba tchetchenskis a los chechenos y tuvo entre sus cometidos su exterminio, disfrazada de pacificación, en las guerras que cantaron Lermontov y Pushkin. De Van Halen, Juanito en la Isla de León, ya he hablado aquí: Van Halen en los Mundos de Hachero, pero de sus pasos en el Cáucaso apenas y pocas aventuras más apasionantes pudieron vivirse en aquellos días que la conquista de la frontera exterior rusa, el equivalente de la norteamericana del Far West. Van Halen recorría las llanuras georgianas preguntándose cómo podrían los rusos afianzar la conquista de un territorio en el que aún veía las sombras de Ciro, de Alejandro o de Mitridates.
Tbilisi y el río Kurá
El gaditano había llegado a San Petesburgo huyendo de la cólera de Fernando VII y los suyos, a los que se enfrentó por sus convicciones liberales. Y fue pisar Rusia y entrar a formar parte del ejército del zar gracias a ciertas amistades que lo presentaron como un portento en el arte militar. Y el zar Alejandro, que deseaba modernizar su anticuado ejército, lo envió al Cáucaso, en aquel entonces la frontera sur de todas las Rusias. Van Halen recorre un larguísimo camino hasta cruzar las inmediaciones de la montaña más alta de Europa, el Ebrus, viaja por Cahetia, Kartalinia o Imeretia, 'pobladas de georgianos de la comunión griega, de muchos armenios y un corto número de católicos..'. Una región difícil, montañas habitadas por toda suerte de peligros, 'madriguera de numerosas bandas', inclinados tanto al pillaje y la sed de venganza como al respeto a las leyes de la hospitalidad.

El alfabeto georgiano y el cirílico conviven en las calles

Y Juan Van Halen llega a Tbilisi, la perla del Cáucaso, una ciudad que sorprende aún hoy, que parece hundida en un hálito de neblina perezosa. No lo hizo por la avenida George W. Bush, que comunica el aeropuerto con el centro, como lo hice yo, sino que entró por la antigua carretera de las termas, porque, al fin y al cabo, Tbilisi es una ciudad surgida al lado de unos baños termales, bañada por el río Kurá, un nombre que proviene de Kurosh, que a su vez es la pronunciación persa del rey Ciro El Grande y que pasó a Kurá en georgiano gracias a que Mtkvari, que se asemeja a Kurá, significa El Lento y que el río es así, corre parsimonioso. La actual Tbilisi está a unos kilómetros de Mshet, que fue la capital georgiana durante veinte siglos, hasta que uno de los zares descubrió los baños termales en un bosque repleto de caza y trasladó la capitalidad a su particular edén.


Y en Tbilisi Van Halen encuentra un pueblo belicoso, agarrado a su cristiandad como oposición al islamismo que le había dominado durante décadas: hasta que les liberaron los rusos. Cuenta la historia que en 1795 Agá Mehmet, un persa conocido como El Tirano, entró en la ciudad sin apenas oposición, degollando y esclavizando a partes iguales. El Tirano había perdido sus testículos a los doce años, castrado por el sha de Persia para servir como eunuco, pero con el tiempo llegó al poder cargado de rencor y de sed de venganza. Entre sus lindezas dicen que abría el vientre de sus víctimas, les ponía los intestinos de collar y los arrojaba a las fieras. En 1795, como decía, Mehmet entra en Tiflis como Pedro por su casa. El zar Heraclio de Georgia, sinceramente acojonado, promete pagarle tributos regularmente, ante lo que El Tirano vuelve a Teherán, satisfecho de su viajecito, pero Heraclio, y su hijo George, acudieron a los rusos para que los protegieran. A partir de entonces, su mayor enemigo fue el Ruso, dicho así, en mayúsculas, un ejército con el que coqueteó en mil batallas sin emprender ninguna de entidad hasta que Mehmet fue asesinado por uno de sus oficiales.


En este contexto, Van Halen llega a Tbilisi, en aquel entonces un reducto de paz y refugio de las pocas familias europeas que habitaban la región, una ciudad que le pareció a Van Halen una segunda San Petersburgo que, no obstante, tenía algo de malsano porque le dejó una fiebre permanente durante los dieciocho meses que estuvo en la zona. El gaditano decía que Tiflis se le parecía a los campos de Castilla cuando están cubiertos de nieve y que las torres le recordaban los teatros comunales donde se representaban las obras de Cervantes. En los monumentos islámicos veía reminiscencias de la Alhambra o de la mezquita de Córdoba y el vino de Kahetia le recordaba en gusto, color y efectos 'al que fabricamos los españoles en la Mancha, especialmente al de Valdepeñas...'. Van Halen bebió en las copas georgianas, que son cuernos de toro pulidos y guarnecidos con oro o plata, cuernos tramposos que hay que tener siempre en la mano y que impiden literalmente dejar de beber jamás bajo la amenaza de mostrarse descortés con los anfitriones.


El comercio de la región estaba concentrado en Tbilisi, en sus zocos y caravanserais repletos de mercaderías de Asia y del interior de Georgia. La Tbilisi de Van Halen tenía un tráfico rodado de lo más entretenido: camellos, búfalos y caballos cruzando continuamente la ciudad, un desfile de mercachifles persas, turcos, leshguines, armenios, tártaros y griegos, telas de Cachemira, ducados de oro de Holanda, pipas persas y vinos georgianos. Tbilisi estaba repleta de fábricas: las había de gorros de borrego de astrakan, dagas damasquinas y puñales de Korazan. Los montañeses del Cáucaso también acudían, llevando miel, cera, pieles, paños, cueros o hierros. Poco tiempo atrás, en estos mismos mercados, se vendían georgianas, mujeres jóvenes que se cambiaban por un buen sable damasquino o por caballos árabes, pero los rusos arrinconaron esta costumbre...

Viñedos en los balcones de la ciudad de Tbilisi

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