viernes, 1 de febrero de 2013

Viaje al Bierzo: con la Orden del Temple en el castillo templario de Ponferrada



En el año 1178 fray León Guido de Garda, superviviente de mil batallas en Tierra Santa y cuyas cicatrices hablan de la defensa de las murallas de la mismísima Jerusalem, recibe del rey Fernando II de León la ciudad de Ponferrada con la misión de proteger a los peregrinos que deseen alcanzar la muy santa ciudad de Santiago de Compostela. Fray Guido es el maestre templario que encabeza la orden, un pirado que tenía como objetivo proteger los pasos de los peregrinos y que, para ello, peinó toda la región en busca de un buen montículo donde construir una fortaleza desde la que vigilar el camino de Santiago. 





Dicen las crónicas que cuando hubo encontrado, por fin, un lugar que le convenció, un túmulo con unos restos romanos, y hasta anteriores, dio orden de comenzar las tareas pero llegó acalorado un terrateniente local, Daniel El Terrible, y les ordenó parar las obras porque aquel enclave no era digno para los templarios. El gran maestre desenvainó su espada, apuntó al Terrible y se llevó el índice a la sien mientras le decía: 'vuestra locura es la que os salva'. La anécdota, de ser cierta, resume el carácter de un guerrero medieval acribillado de cicatrices, un asesino en el nombre de Dios que poco, o nada, debió de diferenciarse de los guerreros santos que hoy salpican el mundo islámico y que tienen en su Dios la razón de cualquier locura. Aquí puedes leer algo más de Fray Guido.



La Orden del Temple fue fundada por nueve caballeros franceses en Palestina en el año 1118 con el objetivo de proteger a los peregrinos que viajaban hasta tierra santa. Su líder, un tal Hugo de Payens, la llamó Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, un nombre un tanto esotérico que tuvo poco de pobre pero sí algo del rey Salomón: en Jerusalem tuvieron su sede sobre los restos del antiguo templo de Salomón, el tan añorado por los judíos que ahora luce como la Mezquita de la Roca. 


Los templarios pronto se hicieron conocidos por los alrededores de la Tierra Santa por su manto blanco con su cruz roja y, por qué no, por la fogosidad que ponían en los combates contra los infieles. De hecho pronto se convirtieron en las unidades mejor preparadas de las que participaron en las cruzadas y algunos de los castillos que ocuparon aún pueden verse en pie, como este de Beaufort, en el Líbano. Pero, como decía, lo de Pobres Caballeros se convirtió en una verdad a medias, o mejor: en una mentira a medias porque caballeros sí eran, por aquello del caballo, pero de pobres no tenían mucho. Los miembros que no combatían levantaron una intrincada red económica que creó nuevas técnicas financieras y hasta se les puede considerar el germen del actual sistema bancario.


Pero la orden guerrera que protegía al mismísimo Dios de sus enemigos montados en briosos corceles comenzó a languidecer pasado algo más de un siglo, cuando los infieles les arrebataron los Santos Lugares, y terminaron volviendo a Europa para vengarse en los infieles patrios de las afrentas de los infieles lejanos. Acostumbrados como estaban a proteger peregrinos, se hicieron fuertes en la ruta a Santiago y dominaron la región del Bierzo durante décadas. En Ponferrada incubaron parte de su leyenda española levantando el castillo que enseñorea la ciudad y poblando de monasterios los alrededores. Pero, al tiempo, sus habilidades económicas pudieron ganarles también otros enemigos: los reyes europeos, endeudados como los dirigentes actuales (sobre todo el francés Felipe IV) con estos caballeros tan pobrecitos, se confabularon para aplastar a los barbudos de la cruz roja. Los templarios fueron acusados de sacrilegio, de herejías varias y hasta de sodomitas, sus bienes repartidos entre otras órdenes, sobre todo la de los Caballeros Hospitalarios, la orden fue perseguida con saña y sin contemplaciones hasta que terminó por desaparecer. En 2007 el Vaticano publicó el documento Processus contra Templarios, que exculpa a estos caballeros tan brutotes de toda aquella pantomima setecientos años después de exterminarlos a fuego y espada. El Vaticano y el reino de Francia fueron los que más se esforzaron en destruir a la orden, aunque el declive sucedió, una vez retirado el apoyo del Papa, en toda Europa.


Todos los años, bajo la primera luna llena del verano, Fray Guido de Garda, maestre de la orden de los Caballeros Templarios, regresa a la ciudad de Ponferrada para rubricar el pacto de eterna amistad y entregarle la custodia de los símbolos sagrados de la Tierra Santa: el Santo Grial y el Arca de la Alianza. Los vecinos de la ciudad le salen al paso ataviados a la usanza, lo que crea un clima un tanto fantasmagórico e irreal que alcanza su clímax en el antiguo castillo, donde se celebra un juicio que abre el calendario de comilonas y bebilonas al uso en la comarca. Las calles del casco histórico se llenan entonces de templarios del siglo XXI, los niños cargan pesadas espadas, los abuelos parecen salidos de la muralla antigua, el castillo se convierte en un remedo de aquellas épicas reuniones de los templarios. Al abandonar Ponferrada paro en un taller para reparar el maletero del coche: el mecánico me sorprende: es fray León Guido de Garda manchado de grasa. 'Sí, anoche presidí el tradicional acto en el castillo para recibir a los nuevos miembros de la Orden', me dice mientras busca una pieza adecuada...


 ©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com























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