domingo, 17 de marzo de 2013

Nueva página web: www.losmundosdehachero.com

Último post para haceros saber que me he mudado de página, ahora estaré en www.losmundosdehachero.com, donde se encuentran alojados todos los posts de este blog más los nuevos que publique. Aún así, este blog seguirá activo y seguiré publicando los posts de la nueva página, aunque siguiendo un ritmo distinto y más pausado. ¡¡Gracias a todos!!

domingo, 10 de marzo de 2013

Viaje a Haití: la pesadilla del mar Caribe (II)



El 21 de septiembre de 2004 leí en internet que la isla de la Tortuga, al norte de Haití, había desaparecido engullida por la tormenta tropical Jeanne. Y lo leí estando cerca, concretamente en Santo Domingo, la capital de la República Dominicana, una noticia difícil de digerir porque la isla de la Tortuga tiene alrededor de 26.000 habitantes, es un mito de tal calibre en la historia de los piratas caribeños que sin ella Johnny Depp no hubiera sido nunca Jack Sparrow y su altura máxima alcanza los 450 metros. ¿Cómo puede desaparecer una isla así? La noticia era demasiado tentadora como para permanecer bailando bachata y merengue así que me dirigí al consulado de Haití en la República y me metí en el primer autobús con rumbo a Puerto Príncipe. Claro que tampoco sabía mucho más del país fuera de su afición al vudú y de la extrema pobreza que asomaba de cuando en cuando en los informativos de la televisión.


Porque Haití es muchas cosas pero, sobre todas, una: es un desastre medioambiental de primer orden. Michel Martelly, el presidente de Haití, ha declarado este año, el de 2013, como año de la ecología, un guiño al país más deforestado del mundo, al que sólo resta un 1,6% de su masa arbórea. O dicho de otro modo: la mayor tragedia ecológica de la actualidad. Un país sin árboles. Por eso, Michel Martelly, que es un presidente rapero (que sucede a presidentes curas, presidentes sargentos, presidentes hijos-de-papá o presidentes maestros del vudú) le ha pedido a sus conciudadanos un favor: planten un árbol, aunque sólo sea uno. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Haití pierde cada año 37 millones de toneladas de tierras cultivables debido a la deforestación, sobre todo por la erosión de grandes terrones que terminan rodando hacia el mar


Con tan poca masa arbórea, las terribles tormentas tropicales que azotan cíclicamente el país se convierten, sin poder evitarlo, en no menos terribles desastres humanitarios, con miles de muertos ahogados en agua o enterrados en los grandes terrones que se desprenden de las montañas. La tormenta tropical Jeanne, que supuestamente había engullido la isla de la Tortuga, se había sentido sobre la República Dominicana con gran fuerza pero en Haití fue mucho peor. Había miles de muertos.


La historia moderna de Haití comienza la noche del 21 de agosto de 1791 en el decadente municipio de Le Cap. Los esclavos, que según Jared Diamond cifra en medio millón, se sublevaron, asesinaron a sus amos y quemaron las productivas plantaciones de caña. Fue un brujo local, de nombre Boukamn, el que dio la orden de alzamiento. Dicen que sacrificó un cerdo en una ceremonia religiosa en el interior de un bosque y que dio de beber su sangre aún caliente a un grupo de conspiradores para infundirles valor. Se inició así una sublevación en toda regla, con campos quemados y terratenientes asesinados. Los colonos resistieron el primer embiste y reaccionaron luego con violencia. El mismo Boukamn fue descubierto y ejecutado, y su cabeza coronó la plaza central de Le Cap como escarmiento. Pero la revuelta había prendido en la colonia y las masacres pasaron a formar parte del paisaje habitual de la isla hasta casi que hoy mismo.


Paradojas de la vida, fueron los británicos los impulsores de la rebelión. Según el escritor Carlos Wesley, la revuelta no tuvo nada de casual porque vino instigada por los británicos, quienes se inspiraron en los franceses de Les Amies de Noir, una sociedad abolicionista fundada por el revolucionario Laffayette. Haití era conocida en aquel entonces como la colonia de Saint Domingue. Y contradicción tras paradoja, las ideas inspiradas en la Ilustración prendían en lo más lejano del Racionalismo: el vudú. Las matanzas y la quema indiscriminada de ingenios y fábricas sólo pudieron ser detenidas tras imponerse un liberto moderado, Toussaints Louverture, a los sectores más radicales y establecer un plan político que situara la revolución en la órbita de las causas justas. El apoyo que le prestó el amigo británico no resultó de gran ayuda, sobre todo porque Londres poseía aún grandes bolsas de esclavitud, en la vecina Jamaica sin ir más lejos, y el ejemplo podía resultar perjudicial.


Los haitianos, a su vez, luchaban contra una esclavitud por la que ya habían luchado años atrás: cientos de esclavos combatieron a las órdenes de generales norteamericanos en la guerra de secesión con un óptimo resultado. Pero los meses, algunos incluso años, que pasaron peleando contra las tropas sudistas les pasaron factura: pensaron que la abolición de la esclavitud debía de ser un hecho universal y no sólo estadounidense. Al regresar a Puerto Príncipe y Cabo Haitiano volvieron a su triste realidad, un país bajo soberanía francesa comandado por terratenientes que los esperaban para hacerlos trabajar sin descanso. El choque debió de ser brutal y aceleró la descomposición de la colonia gala.


Después de cruzar regiones más parecidas al África que al Caribe, mi autobús llegó a Petionville, unos suburbios para gente adinerada en las montañas que rodean Puerto Príncipe. Una sucesión de mansiones escondidas tras altísimos muros alternaban el paisaje con tiendas de lujo, supermercados bien abastecidos y unas calles destartaladas por las que paseaba una muchedumbre negra que no tenían pinta de ser dueños de nada de lo anterior. En la estación me esperaba Georges con sus guardaespaldas. Después de una cálida acogida, nos trasladó a su mansión, cercana a la gare. Georges Sami Saati, nombre que denota un origen muy distinto del insistente trópico en el que nació. Fue el cónsul de Haití en la República Dominicana quien nos puso en contacto. Georges, el empresario que más sabía del país, decía, un patriota de los de antes, el hombre que habrá de salvar a Haití.

Georges Sami Saati, mi anfitrión en Haití

La mansión de mi cicerone no decepcionaba a nadie, ni a él mismo. Era la casa de sus padres, contaba, pero ahora estaba medio abandonada porque no residía allí permanentemente. Para estar medio abandonada, eso sí, lucía estupenda, con sus jardines en una cuidada desbandada tropical y la decadente piscina colonial con estudiada covacha para tomar un refresquito a resguardo del sol. Con tanto espacio y amplitud no es de extrañar que nos cediera un ala entera, la antigua y original casa de sus padres, amueblada con gusto y con cierto olor a cerrado en el ambiente. Georges vivía en el otro ala de la mansión, un edificio de feo aspecto, más parecido a un bunker de hormigón que a una casa, un centro de mando de un cuartel donde tenía todo más a mano, su despacho con la conexión a internet por satélite, su habitación, una minicocina y un salón con gran pantalla de televisión para seguir al momento las noticias de la CNN. El olor a antiguo permitía evocar los buenos tiempos, los de los Duvalier, cuando los sirvientes recorrían el jardín llevando ropa recién lavada, opíparos guisos, perros guardianes que ladraban a discreción y pasos firmes de personajes enigmáticos que despotricaban del gobierno de turno mientras planeaban algún golpe de estado. Los pasos de las generaciones pasadas resuenan aún en la mansión de la familia Sami, en sus retratos enmarcados en plata, el salón con robustos muebles de madera que parece inspirado en una novela tropical de Graham Greene, los libros que no son tales pero que lucen resultones entre estatuitas de caballos. La decadencia se ha precipitado sobre el lujo triunfal de los tiempos de Papá Doc y ahora yace inmóvil, como un hermoso visón que aún conserva el pelaje pero ya comenzara a oler mal. La espléndida cocina, con unas vistas magníficas al jardín, no sirve para agasajar a los invitados con aquellas comidas y cenas de antaño. Todo se ha perdido en una espiral de sufrimiento y conspiraciones, de hijos que han forjado su futuro en otras tierras y en la siempre temible amenaza de una masa hambrienta que pide monedas a las puertas de la mansión.


Georges nació en Haití pero tiene alma de brasileño desde que muy joven se afincó en tierra de garotas e ipanemas. Además, tiene pasaporte estadounidense y otra mansión en Miami, donde reside su mujer y sus hijas. Georges tiene negocios en Santo Domingo y en Brasil, en Florida y en Haití, visita con frecuencia Paris para sentir su conexión con la Ville, desayuna platos típicos del Líbano, como homenaje y recuerdo a sus padres, emigrantes de Oriente Próximo instalados más que cómodamente en una inestable isla del Caribe. Si pinchas aquí verás más historias de emigrantes de Oriente Medio en el Caribe.

Pero, sobre todo, Georges es un furibundo anticomunista. Y como tal, todas sus conversaciones están marcadas por el sesgo político de su visión de la vida. Es la época de Hugo Chávez en Venezuela, de Kirchner en Argentina, de Lula en Brasil y de Zapatero en España. Pero también es el momento de otro George, Bush, y Georges, Sami, es su más encendido admirador. Muestra con orgullo su foto del hermano de su presidente, Jebb, en forzado abrazo a sus hombreras, y sin mucho miramiento se declara el hombre de Washington en Haití. ‘Soy el Karzai haitiano’ comenta en castellano con su inexplicable pero correctísimo acento, en parco homenaje al hombre de Bush en Afganistán. Pero tanto un país como otro parecen igual de ingobernables y Karzai no tiene mucho poder tras las paredes de su despacho en Kabul. Tampoco Georges parece que pueda controlar completamente lo que ocurre tras los muros de su mansión aunque le envíen un batallón de marines. Georges confía en su trayectoria política, con cierto hermano golpista que elude mencionar, y sobre todo en su visión para los negocios y en su fortuna. 

Continuará

©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com

martes, 5 de marzo de 2013

Viaje a Haití: la pesadilla del mar Caribe (I)



El presidente de los Estados Unidos Thomas Jefferson tuvo el privilegio de definir lo que era, e iba a ser, el país más desgraciado del mundo: Haití. 'Confinar la peste en esta isla'. Jefferson no era cualquiera: fue el tercer presidente de los Estados Unidos, uno de los padres fundadores del país y el principal autor de la declaración de independencia norteamericana. Fue, además, uno de los clarividentes líderes que predijo el imperio que habría de alcanzar su patria y, además, su nombre en los EE.UU se asocia a luchador por la democracia y propagador incansable de los ideales republicanos. Para mí es el autor de esa sencilla frase: 'confinar la peste en esta isla'.

Thomas Jefferson dijo esa premonitoria frase con una idea muy clara de lo que significaba 'la peste' y de dónde se encontraba 'esta isla'. La peste era negra, como la bubónica, pero se movía y tenía manos y brazos y dientes y pelo ensortijado y caminaba y comía y hasta cagaba. La peste era negra porque así eran los esclavos que poblaban sus campos de algodón y las ciudades del sur del país. Y negros eran los guerreros que luchaban por su libertad unas millas al sur de su patria, la que, según Jefferson, iba a convertirse en Imperio.


En 1804, el líder rebelde Jean Jacques Dessaline arrancó a la bandera francesa el color blanco y creó la primera república negra del mundo. En su lugar quedaron los otros dos tonos de la tricolor gala, el rojo y el azul, a los que reclinó para que no tuvieran que estar de pie. Para que no quedara duda de su aversión al blanco, Dessaline ordenó eliminar a todos los franceses que permanecían en la isla, en una nueva versión del genocidio que protagonizaron siglos atrás los españoles al eliminar a taínos y arawaks, los originales pobladores de la Española. Doscientos años después, el rojo y el azul más que tumbados están tirados por los suelos y el blanco no ha vuelto a la bandera ni a la isla.

Reparto de ayuda humanitaria en Gonaives

Nació Haití gracias al tesón de los cimarrones, esclavos rebelados en armas contra sus señores, y a las ideas de la Revolución Francesa. Una revolución que rezumaba incoherencia porque en tanto en sus fronteras continentales se afanaban en propagar las ideas revolucionarias, en sus territorios de ultramar era otra historia bien distinta. Mientras en Francia se luchaba y moría por la Libertad, Igualdad y Fraternidad, en una rentable colonia del Caribe miles de esclavos africanos se deslomaban bajo un sol de impresión. Influenciados por las noticias de la revolución, que llegaban con cuentagotas a sus oídos, y por la participación de cientos de haitianos en la guerra de la Independencia de los Estados Unidos, el futuro de la colonia, que por aquel entonces era conocida como Saint Domingue, se volvía cada vez más negro.


Tan negro como el nombre del único paso fronterizo del sur del país que comunica Haití con la República Dominicana: Malpaso. Conforme me acerco a la frontera el paisaje presagia un descenso a los infiernos tropicales. Los montes pierden exuberancia y un halo a tragedia flota en el ambiente. La población negra aumenta y observa a todo el que pasa con unas miradas que zozobran entre la guasa y la desesperación. Desde las ventanillas del autobús se ven aún los estragos de la penúltima jugarreta de la naturaleza: el desbordamiento del dominicano río Solié. Inundó los suburbios de Jimani, la última ciudad de entidad antes de la frontera, arrancó grandes piedras de las montañas y las depositó en mitad del pueblo, y sobre todo se llevó por delante la vida de más de cien personas. De ahí a la frontera había unos minutos, y el nombre de Malpaso parecía una decisión sabia y meditada. Y el paso no sólo era malo sino que además apenas era un paso. Una frontera con candado, cerrada a cal y canto con una verja oxidada que sólo se abría a ciertas horas, y que escondía un puesto destartalado y decadente con varios guardias también destartalados y decaídos. Ensayé mi triste francés con la esperanza de recordar los antiguos estudios para caer embobado ante la primera trampa haitiana: el francés no es francés, como el paisaje africano no es un paisaje africano ni la frondosidad del bosque esconde un bosque. Aunque suene a francés, el haitiano habla creole, un sucedáneo de lengua que sólo resulta comprensible cuando se lee escrito en una pared. Tampoco es África, aunque la vista engañe. Y los bosques no son más que fachadas que esconden uno de los mayores desastres ecológicos del planeta.

Llueve en Haití
Cuenta Jared Diamond en su libro 'Natural experiments of history' que la desgracia de Haití tiene muchas explicaciones y que ninguna excluye a las demás: Haití es el país que se levanta en la parte occidental de la isla de la Española, una nación separada de la República Dominicana por una cadena montañosa que, precisamente, es la primera responsable de la decadencia haitiana: impide el acceso de vientos favorable y de lluvias mesuradas de manera que tan sólo las tormentas tropicales y los huracanes son capaces de suministrarle agua, y lo hace en proporciones bíblicas. Por si fuera poco, la mayoría de los ríos que corren por la isla de La Española, corren hacia el lado dominicano... Durante los años de la colonia francesa, Haití, que es una palabra taína que significa país de las montañas, fue la parte más rica del imperio francés, la colonia de las colonias, un lugar mágico donde crecía la caña de azúcar como por arte de ensalmo y los colonos se hacían ricos en poco tiempo. Unas plantaciones que arrancaron de la capa vegetal la gran manta arborícola que la caracterizaba para sembrar productos más rentables. Cultivos para los que, por cierto, era necesaria mano de obra. Así pues, a la zona de la isla de la Española menos agraciada por los vientos y las lluvias se unió un cultivo intensivo que deforestó gran parte de la comarca a manos de mano de obra esclava que los franceses trajeron de sus colonias. Dicen las crónicas que la entonces conocida como colonia de Saint Domingue tenía 500.000 esclavos negros traídos de África mientras que su país vecino, la República Dominicana, apenas tenía 15.000, y asegura Jared Diamond que el motivo de este desnivel se encuentra en las expectativas de España y de Francia. España invirtió sus caudales en otras colonias más rentables y explosivas, la del Perú y la mexicana de la Nueva España, sobre todo, mientras que Francia no tenía otra colonia más beneficiosa que la que hoy conocemos como Haití.




Así que tenemos una región poco favorecida por las lluvias y los vientos, donde los colonos arrancan los árboles para sembradíos intensivos y llena de esclavos que viven en un estado miserable mientras que a sus dueños y señores se les llena la boca hablando de revolución, de igualdad y de fraternidad: y de libertad. Cuando Jean Jacques Dessaline desenterró el hacha de guerra los esclavos respondieron raudos y veloces: matemos al blanco. Y cuando mataron hasta el último blanco se dieron cuenta de varias cosas más: no sabían hablar más lengua que la que habían inventado ellos, el creole, una extraña mezcla de lenguas africanas que suena a francés, sin serlo. Y que los blancos no querían saber de ellos por lo peligroso del ejemplo: una república de esclavos sublevados, el segundo país en conseguir la independencia en el continente americano. Y Thomas Jefferson, el gran defensor de la democracia y de las ideas republicanas, el prohombre y padrecito fundador, soltó entonces su perla: 'confinar la peste en esta isla'. Un proyecto encantador y solidario que pretendía trasladar en masa a los negros de su país a ese sitio de negros apestosos que estaban acostumbrados a vivir de cualquier manera. El proyecto no cuajó sino hasta años más tarde, cuando los negros de su país (y no todos, para mayor desilusión del espíritu de Jefferson), fueron trasladados a Liberia y Sierra Leona, en el golfo de Guinea africano, un experimento que aún hoy sigue provocando problemas en la zona.


Así pues, y reflexionando, Haití es un país aislado por una cadena montañosa que le impide el tránsito normal de lluvias y vientos suaves, deforestado por la codicia francesa y por una situación de extrema necesidad de sus habitantes, negros y pobres, que han talado el 99% de los árboles del país para cocinar y alimentarse, árboles que no crecerán más porque nadie les deja crecer, y cuando digo nadie hablo también de las mentadas lluvias torrenciales y vientos huracanados, un país, pues, habitado por antiguos esclavos que mataron a sus dueños y que odian al blanco en general, al que dicen con cara de mala leche 'blanche, blanche', un odio que impide que vengan inversiones extranjeras porque guardan siglos de rencor y porque, si alguien se anima de todos modos, no puede hablar con la mayoría de ellos porque no hablan francés sino algo que se parece al francés pero que sólo hablan ellos en el planeta. Un extraño país en mitad del mar Caribe.


Eso, sin embargo, no es lo que se ve desde las ventanillas del autobús. Se ve África. Según el mapa, la próxima ciudad es Fond Parisien, pero uno no ve París por ninguna parte. Sólo ve África. Y luego viene Croix de Bouquets, pero no veo ramilletes. Sólo veo África aplastada bajo el sol del trópico. Y mercados africanos de familias negras africanas que venden cualquier cosa bajo la sombra de una barraca de uralita. Aunque vengo preparado para encontrarme la región más deprimida del continente americano, a pesar de que ya he viajado por otras Áfricas americanas, la entrada en Haití no me deja indiferente: parecería que el cercano triángulo de las Bermudas haya abducido un terreno del Congo para dejarlo en las inmediaciones de los Estados Unidos.


©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com


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