domingo, 4 de marzo de 2012

Viaje a Marruecos: haciendo hachís en las montañas del Rift






Antes de empezar, miren este video que grabé en las montañas del Rift, en Marruecos, hace ya algún tiempo. Y piensen mientras lo ven que hablamos de un negocio de 20.000 millones de euros al año.
Según el centro europeo para el seguimiento de las drogas y sus adicciones, Afganistán se ha convertido en el principal productor del mundo de resina de hachís, superando ampliamente al que tradicionalmente ha detentado las cifras más escandalosas: Marruecos. Ahora Afganistán, tras una guerra devastadora y una ocupación militar de más de una década, produce entre 1.200 y 3.700 toneladas de resina al año, emcdda.europa: el link , una cifra que, sin embargo, no llega sino de modo residual a Europa porque sus consumidores continúan abasteciéndose mayoritariamente en el mercado marroquí. Y esto sin contar con la producción de opio para satisfacer el mercado mundial de heroína: buen balance para una guerra y una ocupación militar. Si pretendían erradicar talibanes, ahora son más y sin pretendían erradicar cultivos, han diversificado la oferta.
El hachís marroquí, por su parte, suele entrar en el mercado europeo a través de la península ibérica para distribuirse por todo el continente gracias a las organizaciones establecidas en Bélgica y Holanda. El cannabis sativa es una especie originaria de las cordilleras del Himalaya, pero no una especie de planta cualquiera sino una fiel compañera del ser humano desde los albores de la Humanidad. Durante milenios ha tenido usos textiles, medicinales y hasta religiosos. Es el cerdo de las plantas: con ella se han hecho vestidos, se han elaborado cuerdas, papel, su aceite ostenta récords de baja graduación en grasas saturadas y hasta se utiliza para combustible biodiésel. Y esto sin mencionar los usos medicinales y rituales. Las estimaciones dicen que se cultiva en 172 países de todo el mundo y la producción de plantas de cannabis sativa, sólo en 2008, se estima entre las 13.300 y las 66.100 toneladas, y de entre 2.200 y 9.900 toneladas de resina de hachís. La producción no sólo crece en todo el mundo sino también en Europa donde los reportes policiales estiman que los cultivos caseros se desarrollan imparables en los veintinueve países aunque con especial atención a Albania, Bulgaria, Moldavia, Montenegro, Serbia y Ucrania, abastecedores de los mercados de los europeos orientales: informe.
Según la organización mundial de aduanas, al menos el 70% de la producción del hachís marroquí se dirige al mercado europeo: para ello permanecen sembradas 100.000 hectáreas que producen un beneficio de unos 20.000 millones de euros anuales. Una cantidad, como poco, interesante. Sobre todo en estos tiempos de recortes, austeridad y cinturones apretados hasta el último agujero. La cuestión no es baladí, sobre todo en unos tiempos en los que hasta los principales dignatarios de Centroamérica encuentran eco a su propuesta de estudiar cómo legalizar una droga tan peligrosa, a priori, como es el clorhidrato de cocaína. Algo se mueve en el entramado internacional de la lucha contra las drogas y no puede ser de otro modo visto el fracaso tan absoluto de su cometido principal: cada vez hay más cantidad, más consumidores y nuevos tipos, por no hablar de las tradicionales que han sufrido importantes cambios genéticos para incrementar sus efectos (la marihuana variedad ‘Creepy’, por ejemplo, posee una cantidad muy superior al 15% de THC cuando lo habitual es no superar el 6% y la nederwiet, la hierba local de Holanda, ha sufrido tantas alteraciones que el gobierno holandés se plantea convertirla en droga dura)
Sobre el componente de la cannabis sativa que provoca esa sonrisa maliciosa y un tanto bobalicona entre sus admiradores, el THC, no me detendré porque mucho se ha hablado y escrito ya. Prefiero centrarme en la polémica de ese pequeño municipio de Tarragona, Rasquera. Su ayuntamiento en pleno decidió hace unos días permitir una plantación de cannabis para satisfacer la demanda de una asociación cannábica de las que tanto proliferan ahora por España agarrándose a los resquicios legales para no terminar en un juzgado: aunque ni así porque las autoridades siguen montando ridículas operaciones antidrogas que se saldan con dos macetas incautadas y un movimiento de agentes que harían palidecer a las antiterroristas. Los vecinos de Rasquera ven un negocio suculento y se preguntan por qué no aprovecharlo. La fiscalía investiga el caso, algunos habitantes creen que el pueblo se llenará de drogadictos peligrosos que asaltarán a los abuelos a plena luz del día y en el País Vasco se preguntan por qué no se les ocurrió antes a ellos.
Según el centro de seguimiento de las drogas y sus adicciones, el precio de un gramo de resina de hachís varía entre los 3 euros y los 19, un estudio realizado en 2009 en 18 países, un precio que se mantiene estable con las excepciones de Letonia, Hungría y Polonia, donde la abundancia hace que no deje de bajar. En todo caso, un negocio redondo, con una demanda estable y fiel que necesita una infraestructura nimia y que ofrece trabajo, en el norte de Marruecos, a decenas de miles de familias. Si la lógica del mercado manda que grandes bolsas de población queden exentas de actividad laboral reglada, fuera de los tentáculos de la educación y la sanidad gratuita, excluidos incluso de vivienda, supongo que el mercado no tendría inconveniente en admitir en su círculo la comercialización de un producto con una amplia demanda, formada por adultos responsables de sus vidas, y con la posibilidad de reanimar una economía en bancarrota, como es la española. Hay extensas zonas del sur de España que ofrecen una orografía y una pluviosidad idénticas a las del norte de Marruecos, zonas montañosas calcadas a las del otro lado del Estrecho con la potencia de satisfacer esa demanda: pregunten en las Alpujarras granadinas, por ejemplo, o mejor no, no pregunten, porque igual se llevan ya una sorpresa. Zonas idénticas a las del video, precisamente. Si los mercados mandan, tal vez sea hora de legalizar un producto que, de facto, ya es legal, y someterlo a una vigilancia sanitaria que garantice una calidad como ocurre con las bebidas espirituosas, sin ir más lejos.

A no ser que los mercados estimen que sus ganancias son mayores si permanece ilegal, que también.




© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com

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