jueves, 29 de noviembre de 2012

Viaje a la Iglesia Siríaca: con los últimos ortodoxos sirios de la Anatolia turca

El padre José es un sacerdote del rito siríaco o jacobino y me muestra su Biblia escrita en arameo


El padre José me muestra muy ufano su bella iglesia en el casco histórico de Diyarbakir, un templo que lleva el nombre de Meryem Ana Kilisesi, o iglesia de la Virgen María. Un santuario tan antiguo que el padre José me señala un rincón del techo, de donde asoma algo así como un capitel que me parece corintio. 'Es un templo anterior sobre el que está construida la iglesia', me confiesa mientras saca una voluminosa biblia escrita en un galimatías que me muestra con un extraño gesto de complicidad: 'es arameo', dice enarcando las cejas, 'la lengua de Cristo'. 



Porque el padre José pertenece al credo ortodoxo sirio, también conocido como siríaco o jacobita, y es el sacerdote que asiste a las familias cristianas de esta ciudad conocida por ser la capital de los kurdos. Trabajo, lo que se dice trabajo, no parece que tenga mucho: sólo cinco familias siguen el rito siríaco en Diyarbakir y el padre José, con su cara de Ahmadineyad, pasa largas horas en el patio del conjunto religioso comiendo uvas y discutiendo con los feligreses sobre lo divino y lo humano. A su iglesia vienen cristianos armenios, que no son más que otras cinco familias, o algún caldeo que vive en el intramuros de una ciudad que respira islam. 

La iglesia siríaca de la Virgen María en Diyarbakir

La iglesia de la Virgen María es un bello ejemplo de arquitectura cristiana en Oriente Medio, y además me recuerda a otros templos cristianos de la región, en el Líbano, por ejemplo, en Tiro y en Sidon, disimulados en las calles de tal modo que apenas puedes intuir que tras esa pequeña puertecilla exista un gran espacio sagrado y dedicado a lo que sus vecinos consideran un profeta menor. El padre José me enseña el libro en arameo pero no quiere que le saque fotos a la capilla, misterios de la vida, y además de uvas recién lavadas y agua fresca, me pide limosna y me despide con una recomendación: visite la Gran Mezquita, la Ulu Camii, que está en pleno centro, es muy bonita y además, añade con cierta cara de pena, era nuestra iglesia de Santo Tomás hasta que nos la quitaron hace varios siglos... Al salir por los gruesos muros de la iglesia, que parece más un castillo medieval, se acabó la paz: los niños gritan, las calles estrechísimas ofrecen una imagen pintoresca y al tiempo agobiante del mundo islámico y, por si fuera poco, de pronto un muecín alza al cielo su clásica llamada al rezo: Allah U Akbar. Pareciera que dentro de los muros de la iglesia siríaca se haya detenido el tiempo y el espacio. El padre José me despide, parece que sufra porque su antigua iglesia de Santo Tomás sea ahora el quinto lugar sagrado del Islam, pero olvida que su iglesia, la de la Virgen María, era antes un templo con toda la pinta de haber sido helénico.

Iglesia siríaca 

Los siríacos de hoy día no superan los dos millones de seguidores, son una minoría muy minoritaria en el mundo cristiano, y mucho más en Oriente Medio, y tienen su sede central en la castigada Damasco. Los siríacos tienen obispos, como los católicos, pero no hay autoridad jerárquica superior sobre ellos, y además consideran que Jesucristo no era persona sino solamente, y nada menos, que Dios en sí mismo, de modo que rechazan esa dualidad divina humana que les dan otras orientaciones cristianas. Anatema, por supuesto, para sus primos de confesión, herejía para nuestros abuelos, gente rara al fin y al cabo. Pero algo deben de saber estos cristianos que en la península de la Anatolia resisten contra viento y marea hablando la lengua de Cristo desde su formación, nada menos que en el siglo I. 


Feligresas siríacas, o jacobinas, en

Dicen que huyeron de Palestina tras la lapidación de San Esteban y que fueron los primeros en ser llamados cristianos, en la ciudad de Antioquía, que no está lejos de la Anatolia donde me encuentro, una ciudad que tiene también la fama de albergar a la primera comunidad cristiana fuera de Palestina y que tuvo en Simón Pedro a su fundador. Ya saben, aquel de 'sobre ti edificaré mi iglesia...'. Los jacobitas han sufrido tantas persecuciones que me extraña que aún queden esos dos millones. Los bizantinos no veían nada bien eso de que Nuestro Señor Jesucristo fuera sólo Dios y pronto los pusieron contra las cuerdas, aunque los siríacos, o jacobinos (en honor a su legendario obispo Jacobo Baradai, quien provocó el cisma con la iglesia griega ortodoxa) se expandieron a una velocidad tan de vértigo que en la Edad Media tenían ciento tres diócesis, desde Siria hasta Afganistán, habían penetrado en la provincia china de Xingjiang o en el lejano Turquestán. Fueron los mongoles y el sanguinario Gran Tamerlán los que redujeron aquel imperio celestial a poco más que ruinas pero, ya en la actualidad, los ataques a manos de los últimos coletazos del imperio otomano los dejaron tan reducidos que muchos hoy en occidente no han escuchado hablar de ellos jamás. De hecho, el genocidio armenio no fue solamente armenio: los jacobinos sufrieron grandes matanzas de fieles que dejaron esta región desolada y uniformemente islámica. Aún quedan comunidades dispersas, no sólo de ortodoxos sirios sino también de caldeos, de armenios y maronitas, cristianos en tierras del Islam.


Johannes me enseña esta bonita iglesia ortodoxa siria de Midyat

Los campanarios dominan la ciudad vieja de Midyat al tiempo que crean una extraña inquietud entre los visitantes: juraría haber visto una cruz por ahí arriba, dice uno mientras se siente un tanto minotauro en el laberíntico casco histórico. Por fin: una iglesia. Abro tímidamente la puerta y un sacerdote me recibe circunspecto: no hablo más que arameo, turco y árabe, me dice el hombre, y yo le pongo cara de póker. No se preocupe, me indica, este niño habla alemán: se llama Johannes, un nombre muy cristiano pero con cierto regusto a arcaico. Johannes me enseña el templo, que no es cualquier templo porque Midyat, con su lánguida vida, es la ciudad principal de los arameos. En esta ciudad cayeron asesinados muchos de ellos, como Edward Tanriverdi, el último médico arameo de la ciudad, o el concejal Yakub Mete, víctimas de la intransigencia religiosa y, también, de la mala suerte porque hablamos de una zona de guerra abierta entre el movimiento secesionista kurdo y el gobierno turco. Por si fuera poco, el partido de Dios, Hezbollah, al que no hay que confundir con el Hezbollah libanés (que son chíitas frente al Hezbollah turco, que son sunitas), compuesto por kurdos relacionados con sus primos iraquíes, y que luchaban contra el PKK independentista kurdo al tiempo que enarbolaban la bandera antimarxista, dejaron un buen reguero de jacobitas muertos a su paso por Midyat, lo que contribuyó a acelerar el despoblamiento de cristianos de esta ciudad.


Idris sale de su clase de arameo para mostrarme su iglesia

Entre unos y otros, desde 1980 al menos 18 pueblos han perdido toda su población aramea, muchos emigrados a Alemania, y como prueba de que la emigración no fue un espejismo, nadie habla inglés pero todos los abuelos que me encuentro se me dirigen en perfecto alemán. Mi germánico es tan triste como mi etíope clásico así que nos miramos con mutua curiosidad. Al parecer, muchos emigrados están volviendo, a pesar de que los arameos, como los kurdos, no pueden recibir clases en su idioma porque, recordemos, en Turquía sólo hay un idioma, el turco, y una sola raza, la turca. 


Estas feligresas hablan arameo y alemán
Los arameos hoy no suponen más de 15.000 individuos en Turquía, la mayoría en Estambul, y en esta región, con tanta iglesia que tienen y tanto esplendor que tuvieron, no superan los 2.000, la mayoría ancianos y emigrados que se instalan en los alrededores de Tur Abdin, que significa Montaña de los Esclavos de Dios. Lo triste es que en esta ciudad tan llena de kurdos los siríacos eran mayoría en los años sesenta pero a finales del siglo incluso el obispado tuvo que cerrar sus puertas por falta de titular. Tras siglos de matanzas y persecuciones, la guerra entre el estado turco y los kurdos fue la puntilla para la comunidad jacobina. 

Saliendo de misa...

Hoy quedan los restos de aquella confesión que llegó hasta la China, monasterios con cuatro monjes, iglesias con dos abuelos, párrocos que ofician ritos para cinco familias, cascos históricos de los que sobresalen campanarios con fantasmagóricas cruces a las que parece imposible llegar en las laberínticas medinas islámicas, antes pueblos de armenios, arameos y caldeos. De hecho, al norte de Damasco está Maalula, una ciudad aramea con una sola mezquita contra catorce iglesias. Los cristianos de Oriente Medio luchan por sobrevivir en la región que fue su cuna mientras que, como decía, en occidente los cristianos tienen la sensación de que no hay más rito que el suyo y olvidan a estas comunidades que se esfuerzan en mantener algo más que una fe. Los abuelos de Midyat se levantan amables para despedirme: Auf Wiedersehen. Simpáticos, los últimos representantes de la iglesia que fundó Simón Pedro, el Príncipe de los Apóstoles y la piedra sobre la que Cristo edificó su iglesia. O una de ellas...





 ©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com










sábado, 24 de noviembre de 2012

Viaje a Siria: atrapado en la frontera con Turquía mientras los rebeldes toman Ras al Ayn (y II)


este rebelde lleva una guerrera militar que me parece robada del ejército regular


Después de entrar en Siria sin tener la intención y verme rodeado de los rebeldes del Ejército Libre de Siria, mi empeño en volver a Turquía a través del agujerito por el que entré se vieron frustrados porque los militares lo habían tapado y uno de ellos me amenazaba con un fusil. 'Si quiere entrar, únase a los refugiados', me indica el soldado con cierto enfado. Uhmm, pensé en ese momento, estoy atrapado en Siria y me temo que no es ni el país ni el momento más indicado para quedarse encerrado aquí dentro. Puedes ver el relato de mi entrada en Siria aquí. Aturdido por lo extraño de mi situación y cojeando ligeramente me uno a un grupo de sirios que busca refugio en la vecina Turquía. Hay una mezcla en sus rostros de pánico a los bombardeos y de extrañeza al verme allí que no puede sino conferir un matiz cómico a este drama. 



huyendo de Siria junto a los refugiados...

Tras varios intentos frustrados por colarnos por alguno de los numerosos agujeritos practicados en la alambrada, un soldado nos hace señas: por aquí, parece decir, por aquí pueden pasar. Y allí vamos, con cierto temor de que nos vuelva a enviar nuevamente para atrás. A nuestras espaldas, de cuando en cuando, pasan rebeldes con sus fusiles, están muy cerca de los militares turcos, pueden tocarse si quieren y, de hecho, charlan entre ellos en kurmanji, el dialecto kurdo de la región. Entre los rebeldes de Ras Al Ayn hay árabes que luchan contra Al Assad pero también, y sobre todo, kurdos que habitan la región y que generan tanto temor entre los políticos turcos como antes lo generaban entre la familia Al Assad y los suyos. La historia de estos kurdos sirios es ciertamente llamativa: reprimidos por el gobierno de Hafez Al Assad, que era el padre del actual presidente, de Bashir, los kurdos sirios vivían bajo estricta vigilancia, no fuera a ser que les diera por exigir la independencia como sus primos de Turquía, de Iraq o de Irán. Pero, y al tiempo, cosas del Gran Juego y de la Realpolitik, los Al Assad, Hafez (recordemos: el padre de Bashir) pero también Rifaat, hermano de Hafez y tío de Bashir, dieron cobijo en los ochenta a un jovenzuelo rebelde que quería luchar contra el gobierno turco, un tal Abdullah Ocalan, al que dieron además todo tipo de facilidades y contactos. Los Assad querían fastidiar a los turcos, con los que siempre han tenido una rivalidad que tal vez colee de los tiempos del imperio otomano, cuando Estambul era dueña y señora de estas tierras. Ocalan y el PKK decidieron hacer la vista gorda con los excesos que cometían los Al Assad con sus primos de Siria siempre y cuando les concedieran acceso a otras fruslerías: por ejemplo, a los palestinos de la OLP, que se los llevaron a los campos de la Bekaa, en el norte del Líbano, ocupado en aquel entonces por Siria, donde el PKK se transformó de partido radical en guerrilla hecha y derecha, o a cierto armamento con el que equipar a los recién formados guerrilleros, o a varios santuarios en los que poder tomar respiro y volver a atacar al ejército turco. Así que los kurdos sirios quedaron relegados al ostracismo por mor de la gran patria kurda que tendría que venir algún día indeterminado y, según Al Assad y Ocalan, no gracias precisamente a ellos. Pero aquellos tiempos pasaron, Rifaat, el tío del actual Bashir Al Assad, vive ahora en París, sin miedo a pagar por las cuarenta mil muertes que provocó en Hama, en una revuelta muy parecida a la que ahora vive Siria, Hafez murió y ahora el pequeño, Bashir, ve cómo día a día pierde territorio en su país. Después de tantos años dando cobijo a Ocalan y de fastidiar en todo lo que pudo al gobierno de Ankara ahora los turcos parecen decir: ¡nos toca!
rebeldes árabes en Ras Al Aym
en cambio, este rebelde habla kurdo
Estos combatientes se saludan tras la gran batalla por Ras Al Aym


De hecho, aseguran ciertos medios que los militares turcos trasladan combatientes árabes a lo largo de la frontera para que ataquen puestos claves del ejército de Al Assad al tiempo que destruyen las posiciones de los kurdos del norte de Siria: Ankara quiere evitar a toda costa que la desintegración de su vecino del sur conlleve una independencia de facto de los kurdos y la región pueda convertirse en un nuevo bastión del PKK, el Partido de los Trabajadores, considerado por Turquía (y por la UE, y hasta por los EE.U) una organización terrorista de la que puedes encontrar más información aquí. Bastante tienen ya, parecen pensar, con el norte de Iraq, también zona kurda y con una libertad muy amplia tras la caída de Sadam Hussein, otro bastión del PKK donde se esconden sus guerrilleros y donde los aviones turcos sueltan bombas casi que todas las semanas. Algo hay, mira aquí. Los árabes que han expulsado a los militares de Al Assad ahora luchan contra los pobladores originales de la zona, que se han organizado alrededor del PYD, el Partido de la Unión y de Democracia. Aquí puedes ver que los enfrentamientos ya tienen cierta repercusión internacional: kurdos contra rebeldes árabes.


Por fin un agujerito por el que puedo colarme

El caso es que el soldado charla en kurmanji con el rebelde a través de la alambrada de espinos mientras nosotros, pobres refugiados, esperamos al sol que nos atienda. De pronto parece caer otra vez en la cuenta de que estamos ahí, esperando su piadosa mirada. Abran las maletas, nos dice, y comienza el lento escrutinio de las pertenencias. Un señor con una kefia roja que carga una pesada maleta con ruedas saca sus cosas, tiene decenas de calzoncillos, qué digo decenas, se me antojan cientos, tal vez sea un comercial, pienso en plena insolación, puede que tuviera una tienda en Ras Al Ayn, pero espera, entre los calzoncillos lleva un álbum de fotos, el soldado lo abre curioso, todos asomamos las cabezas para descubrir que se trata de un álbum de bodas, el tipo de la kefia roja tiene varios años menos, se le ve alegre bailando con una señora que presumo será su señora, la de él, bailan bajo la atenta mirada de una multitud en un gran salón, tal vez sea Ras Al Ayn pero puede que no, no lo sabré nunca porque ahora le toca el turno a las camisas, que pasan por las manos del soldado sin que se abra ninguna, en uno de esos absurdos milagros que a nada conducen. Con la alambrada a mi espalda, y los rebeldes a pocos metros mirándome curiosos, sólo puedo pensar en qué bonita iba la novia. Al suelo caen más calzoncillos, una bata horterísima, de otra bolsa un señor saca una bolsa con cientos de papelitos que parecen confeti, todo el grupo tiene el ceño fruncido aunque les alegra verme ahí, parece que sienten que el refugiado no siempre tiene que ser árabe o negro o de ojos rasgados, que un tipo occidental también puede serlo, aunque sea por un ratito. 

Un refugiado me hace una foto porque no termina de creerse que un español vaya con ellos y el soldado turco está ya hasta la coronilla de todos nosotros

Tal vez por eso uno saca el móvil y me hace una foto y pienso que en algún hogar de un refugiado sirio habrá un teléfono en el que se enseñen unos a otros mi imagen polvorienta pegado a una alambrada unido a un grupo de refugiados que huyen de Siria. A nuestras espaldas, un depósito de grano y trincheras con soldados que apuntan no se sabe a qué. Los rebeldes de la alambrada se acercan aún más, uno de ellos es un calco de Dani Alves, el futbolista del Barcelona, bromean a mi costa y no parecen llevarse del todo mal con el militar turco. Se preguntan cosas, charlan sin la acritud que el turco me demuestra a mí, que me ha requisado el pasaporte por listillo y por ir colándome por donde no debo. Cuando por fin los refugiados se han largado y la fotocopia de Dani Alves se marcha con su amigo y su ametralladora a otra parte, el soldado me recuerda que estoy retenido, que tiene mi pasaporte y que me llevará ante el oficial que ejerce de superior en la zona. 

Estos refugiados sirios vuelven desde Turquía a Ras Al Aym porque la creen segura

No soy, pues, uno de esos 450.000 refugiados sirios que han salido del país desde que comenzó la guerra, prácticamente la mitad de esa cifra sólo desde septiembre. Un ejemplo: Turquía ha recibido a unos 125.000 refugiados con pinta de tales, refugiados de foto en blanco y negro que cruzan la frontera con lágrimas en los ojos y una maleta llena de calzoncillos y de fotos de boda descoloridas. La realidad es que son muchos más, y puede usted verlos en las grandes ciudades del sur de Turquía: llegan a Gaziantep, a Hatay, o incluso más allá, conduciendo sus poderosos cuatro por cuatro, familias enteras cargadas de maletas de calidad en cómodos vehículos y que luego descansarán en hoteles de, al menos, tres estrellas mientras deciden maniobrar y esperar a ver qué ocurrirá en su país. El soldado debe tener miedo de que los soldados de Al Assad les cuelen calzoncillos que no son suyos, o que los carguitos de Al Assad huyan de los rebeldes haciéndose pasar por tristes comerciantes de papelillos. Pero me temo que estos pasaron ya las fronteras sin dejar constancia en las listas de ACNUR. La frontera luce, mientras tanto, jalonada de campos de refugiados, campos como el de Kilis, de casa prefabricadas, o como los de Ceylanpinar, Osmaniye o Islahiye, este último en el limbo de la fama después de que lo visitara Angelina Jolie

Este es el puesto fronterizo que separa Siria de Turquía y que ahora está en manos rebeldes

Lejos de parecer Angelina Jolie, recorro los doscientos metros que nos separan del puesto de control. Los soldados turcos se arremolinan para mirarme, me hablan en turco, soy una novedad absurda, un disparate proveniente del lado equivocado, me señalan unas instalaciones en el lado turco, hay prensa extranjera, debidamente acreditada, todos con chalecos antibalas azules y uniformados, esperando una señal para acudir en comandita a donde el mando turco les indique. Yo me he saltado el protocolo, les he punteado y ahora el oficial me habla de un modo duro pero en turco, que suena como más duro y, al tiempo, me provoca una feroz indiferencia. El oficial me pide la cámara: como castigo, parece decirme, te borraré las fotos que has hecho en Siria. Le pongo cara de póker, cara de me da igual todo, cara de que mi drama no llega ni a chiste en comparación con los miles de refugiados que abandonan Ras Al Aym con la inquietud de saber si quedará algo de sus hogares cuando vuelvan. Y mientras yo recibo mi rapapolvo los refugiados siguen llegando: unos vienen de Siria cabizbajos, otros salen de las calles de Ceylanpinar y se dejan animadamente Turquía pensando que ya ha pasado todo. Por fin el oficial me borra las fotos: puede usted irse, dice serio, un soldado me acompaña a la puerta, no vaya a darme por echar alguna foto más. Afortunadamente, y aunque no son nada del otro mundo, las fotos podían recuperarse...

Cansancio y lágrimas tras la batalla por Ras Al Aym (y eso que después de esta, vinieron muchas otras)


 © José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com














jueves, 22 de noviembre de 2012

Viaje a Cizre: las manifestaciones en el Kurdistán suelen terminar a tortazo limpio



Cada poco tiempo, el PKK, el Partido de los Trabajadores Kurdos, recuerda a sus simpatizantes, y también a los que no lo son, que mantienen una aparatosa guerra contra el gobierno de Turquía y que la región de la Anatolia, que ellos reclaman como un país llamado Kurdistán, vive un estado de guerra. El sur de la región se paraliza entonces, cierran los comercios, las calles permanecen vacías, la presión del movimiento se siente mucho más en las poblaciones pequeñas donde individuos de aspecto sospechosamente elegante vigilan las esquinas y que los menos convencidos no abran sus comercios. Me dirijo a Cizre, ciudad a orillas del Tigris en la frontera de Turquía con Siria y bastión de los rebeldes desde hace décadas, y el minibús se detiene en una fantasmagórica ciudad, Idli, con las persianas echadas y tan sólo algunos niños jugando por la calle. El minibús se niega a seguir pero hay otro que se arriesga al trayecto: el primer obstáculo, a la salida de la ciudad, un control de policías que parecen más bien paramilitares, vestidos con chaquetas de cuero y armados con metralletas. Pocos kilómetros más tarde son los militares los que piden los pasaportes y confirman, por si fuera necesario, que la zona es una de las más peligrosas del país.


En la ciudad de Idil la huelga se ejecuta sin fisuras: es zona del PKK...


Pocas horas antes un comando del PKK ha secuestrado a tres profesores que viajaban en un autobús, una respuesta al ataque que sufrieron sus bases junto a la frontera con Irán que dejó catorce guerrilleros muertos. En este contexto de dimes y diretes diarios, la huelga de hambre de cientos de presos kurdos que ha durado casi setenta días no ayudaba precisamente a mejorar la situación. La huelga de hambre surgió de un preso de la cárcel de Mardin, en pleno pretendido Kurdistán, Faysal Sariyildiz, quien exigía con su protesta una mejora en las condiciones de vida de Abdullah Ochalan, el líder del PKK, el partido kurdo de los trabajadores, en prisión desde 1999 y en aislamiento desde hace más de un año. Pero no era su única petición: el uso del kurdo en las universidades y en los tribunales, una vieja aspiración del movimiento kurdo, fueron sus otras exigencias y el gobierno turco lo miró con condescendencia: no coma si no quiere, parecieron decirle. Lo que no sabían es que su ejemplo se extendería como un reguero de pólvora y que pronto fueron decenas, más tarde centenares y finalmente terminaron siendo miles los presos kurdos en huelga de hambre. 





Mi objetivo en Cizre es acudir a un acto público de apoyo a los huelguistas, una manifestación que recorrerá las calles de la ciudad para terminar en un acto público. Pero el gobierno de Ankara prohibe estas demostraciones, de hecho prohibe todo lo kurdo y lo persigue porque, según la ley turca, pone en peligro la integridad de la nación. Los kurdos se sienten identificados con cualquier lucha étnica y cuando escuchan mi nacionalidad, española, levantan los pulgares y me gritan alegres 'viva la ETA'. Es curioso pero cualquier español levanta simpatías porque, para ellos, España parece limitarse a Cataluña y País Vasco. 


Mi primer encuentro en Cizre: niños con cocktailes molotov peleándose con la policía


Por fin llego a Cizre pero más que una ciudad parece una nube a los pies del Tigris: cientos de adolescentes, algunos ni siquiera eso, más bien son niños, corren por sus calles mientras tanquetas de la policía les disparan bombas lacrimógenas. Los niños llevan grandes piedras con las que les responden, alguno tiene un cocktail molotov, muchos llevan pasamontañas. 


Las calles de Cizre me reciben con una bonita nube de gas pimienta

Cerca de la avenida principal localizo la sede del Partido de la Paz y la Democracia, el BDP, el promotor del acto público y principal partido kurdo, a cuyas puertas se arremolina una colorida multitud: mujeres ataviadas con sus trajes típicos kurdos, hombres con los tradicionales pantalones bombachos y turbantes que me parecen las conocidas kafias palestinas. Están alborotados porque saben que no tienen permiso para celebrar la marcha prevista, y eso que hoy vendrá un conocido político kurdo que es además parlamentario nacional: Idris Balukan. Los cargos electos me repiten sus reivindicaciones: mejores condiciones para Ochalan, enseñanza del kurdo en las escuelas, su uso en los tribunales. Karam es un joven que habla algo de inglés y me cuenta que esta tragedia lleva ya cuarenta años, que ha costado cuarenta mil vidas, sobre todo de kurdos, y que sus líderes electos han sido detenidos, golpeados, torturados y ejecutados por miles. Amnistía Internacional da fe de esos datos y, para corroborarlo, Karam me enseña la fachada de la sede: está acribillada a balazos. 'Fue la policía', asegura cabizbajo. 


La fachada de la sede del BDP de Cizre está ametrallada...


... y dentro los políticos locales no pierden detalle de las noticias turcas...


... y mientras, fuera, se inicia la marcha prohibida por las autoridades


Las leyes turcas no reconocen minorías en el país, consideran perseguible penalmente cualquier mención a la cuestión kurda y no se paran ante la inmunidad de los cargos electos. Las sedes de los partidos han sido ametralladas, como esta que visito, bombardeadas, quemadas, asaltadas, confiscadas. Y eso sólo si hablamos de las sedes: alcaldes, concejales, directores generales y hasta parlamentarios han terminado en la cárcel o sus cuerpos asesinados en cunetas por mencionar la cuestión étnica. Una auténtica guerra que tuvo su apogeo en la década de los noventa y que ahora, con la excusa de la huelga de hambre, parece haber vuelto a la peor época: coches bombas, secuestros, retaliaciones, bombardeos militares, violentas protestas callejeras...



El PKK nació en un contexto de impotencia legal, cuando ni tan siquiera los políticos kurdos podían dar salida a sus reivindicaciones a través de las urnas. Claro que los revoltosos muchachos del PKK entonces se centraron en los militares y los policías y los enfrentamientos han jalonado la historia reciente de Turquía de miles de muertos. De hecho, el BDP es el heredero del DTP, que a su vez fue el heredero del DEHAP, que a su vez.... Todos los partidos kurdos terminan siendo ilegalizados por sus supuestas conexiones con el PKK y sus cargos, perseguidos. Puede que algo haya porque nada más salir a la calle el colorido y nutrido grupo de manifestantes estalla en un clamor: Ocalan, Ocalan, gritan las mujeres mientras avanzan por estrellos callejones de casas de adobe, las vecinos se asoman y muchachos embozados saltan de los tejados. Los hombres les amenazan con guantazos de los de antes, de mano abierta, para que no provoquen a la policía y los muchachos, más bien niños, se achantan, pero sólo un momento porque cuando los adultos vuelven a hablar de sus cosas los enanos ya están recogiendo piedras nuevamente. Las mujeres, en su tradicional ulular, cantan Ocalan, Ocalan, el apellido de su líder y yo me pregunto: ¿realmente no tienen nada que ver con el PKK? Pegada en la puerta de acceso a la oficina del BDP recibe al visitante una gran pegatina con la cara de Ocalan, en el despacho del portavoz del BDP de Cizre vuelvo a encontrarme la misma pegatina. Ocalan es el rey sin corona, el único que se atrevió a dar voz al pueblo kurdo y a devolverle el orgullo de raza, aunque para ello haya empleado métodos que no sólo destruían al enemigo, el gobierno turco, sino a ellos mismos, a los kurdos.


Abdullah Ocalan en una pegatina en la sede del BDP de Cizre

Cizre no es cualquier ciudad. A pocos kilómetros de Siria, y también de Irak, en los últimos años ha sufrido desde algún que otro bombardeo a razzias indiscriminadas de soldados muy enfadados por la muerte de compañeros en emboscadas. Históricamente Cizre es un cruce de caminos muy interesante que incluso acogió un obispado de la iglesia asiria. Hoy es un feudo del PKK en una provincia, la de Sirnak, que es otro feudo igual pero más grande. Y, como decía antes, algo de eso debe de haber cuando las mujeres gritan a todo pulmón su clásico Ocalan, Ocalan. Los policías, mientras la marea humana avanza, y tal libres de la amenaza de que algún adulto les dé el guantazo que se buscan con ahínco los menores, se envalentonan y jalonan la travesía de bombas lacrimógenas que caen como chubascos en una borrasca.

Caen bombas lacrimógenas y todos lloramos como magdalenas


Incluso el parlamentario venido de Ankara


Las nubes de humo hacen llorar al parlamentario venido de Ankara, Idris Balukan, que me promete una entrevista después del acto, y una señora le ofrece amable un pañuelo y un trozo de limón. Las protestas se han convertido en el pan nuestro de cada en toda la Anatolia. Las he visto a las puertas de la universidad de Mardin, donde una treintena de estudiantes kurdos leía un manifiesto bajo la atenta mirada de al menos medio centenar de antidisturbios preparados para intervenir. Las he visto en Gaziantep, donde un grupo de abuelos y abuelas exigía sus derechos mientras cinco policías les grababan de un modo bastante chulesco y provocador. En Diyarbakir, la patria chica del pueblo kurdo, son habituales y la lista puede seguir hasta completar el mapa entero de la Anatolia.


Los niños juegan a la guerra con piedras y cocktailes molotov contra gas pimienta y fuego real


Las aspiraciones de Turquía se mueven entre las ganas de ejecutar a Ocalan, cosa que el presidente Recep Erdogan dijo sin pudor hace unos días, y entrar en la Unión Europea, para lo que debe dejar atrás las prácticas de matón de colegio que usa habitualmente. Claro que las cosas en Turquía van lentas. El mitin de Cizre va a comenzar en un destartalado tejado, donde han colocado unos altavoces. La colorida muchedumbre se arremolina a los pies del edificio, las mujeres chascan sus lenguas en un tradicional canto kurdo, los niños acumulan piedras por si acaso, las tanquetas de la policía observan desde cien metros, las nubes de gas pimienta comienzan a dar un respiro. Los cargos locales, tan importantes en la causa kurda, toman la palabra con la mente puesta en sus compañeros en huelga de hambre: tan es así que el alcalde de Diyarbakir, la mayor ciudad kurda, anuncia que secundará la huelga y cinco diputados nacionales también. 



Por fin va a comenzar el mitin del BDP
Pero la policía nos observa desde una colina en el centro de la ciudad de Cizre
Y con la excusa de que los niñatos llevan capucha y que el mitin no está autorizado...
... se lían a petardazos contra todos, políticos, niñatos, abuelas y abuelos, kurdos en general y contra mí, en particular...



El parlamentario venido de Ankara se dispone a hablar, agarra el micro, los asistentes miran al cielo mientras hacen la señal de la victoria, el micrófono se acopla y suena un trueno lejano: los antidisturbios han lanzado una nueva bomba lacrimógena que impacta en la multitud, a pocos metros de donde me encuentro, y le sigue otra bomba, y otra más, que reciben respuesta en forma de piedras y pandillas de adolescentes. A mi lado un abuelo, de rodillas, vomita, un grupo de mujeres ha perdido sus pañuelos y huyen avergonzadas, vuelan piedras y botes de gas, lloro como un condenado y decenas de manos me ofrecen caramelos para mitigar el llanto, trozos de limón, las puertas abiertas de algunas casas. El parlamentario kurdo venido expremente desde Ankara, el tal Idriss, huye como alma que lleva el diablo saltando por entre las tapias del vecindario. No ha podido hablar ni una sola palabra y tampoco me concederá la entrevista porque yo, entretanto, huyo de la lluvia ácida hacia lo desconocido. El mitin ha terminado y las huelgas seguirán colapsando el sur de turquía y amenazando la credibilidad internacional del gobierno de Ankara. Otra vez los kurdos no han podido abrir la boca para reivindicar lo suyo, otra vez han vuelto a hablar piedras y bombas.





© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com

















martes, 20 de noviembre de 2012

Viaje al Kurdistán: el PKK, la guerrilla feminista en la que está prohibido el amor

Kurdas admiradoras de Abdullah en la ciudad de Cizre

Apenas la pequeña Havva comenzaba a desarrollar sus encantos naturales, su madre pensó: ya es hora de casarla. Y buscó un pretendiente que se la llevara a otro pueblo y que aliviara, al tiempo, la paupérrima economía familiar, donde una boca de más era mucho más y una boca menos un respiro. Así que, a cambio de algo de dinero, la pequeña Havva salió de su pueblo acompañado de un señor al que no conocía de nada y que la habría de convertir de niña en señora. De sus seis hermanos el que más sufrió fue el pequeño Abdullah, un chico tímido que tenía en su querida Havva a su confidente y a su norte y guía. Hasta aquí la historia es común entre los kurdos, sobre todo en los kurdos de generaciones pasadas y, aún hoy, en los de zonas remotas. Lo relevante en esta historia es que Havva tenía un apellido que hoy retumba en toda Turquía, y hasta más allá: Ocalan. Y su hermano Abdullah comparte ese apellido: es Abdullah Ocalan, el carismático y sanguinario líder del PKK, el Partido Kurdo de los Trabajadores y jefe absoluto de la guerrilla que desafía cada día, desde hace treinta años, al gobierno de Ankara.


Siete eran los hijos de la familia Ocalan, un padre prolífico pero siempre enfermo e incapaz a todas luces de mantener una prole de esta envergadura, y frente al padre una madre enérgica y siempre enfadada, superada por la magnitud de esa familia en un entorno de pobreza supina, sin apenas ingresos y con tantas bocas abiertas que el salón parecía más una montaña agujereada de cuevas en la Capadocia que otra cosa. Y la enérgica señora no desperdiciaba un momento para humillar al lánguido padre, incluso en público, o de espolear a sus hijos con prédicas que en otro lugar se verían siempre como machistas radicales. El pequeño Abdullah, por ejemplo, que era un chico tímido, como dije y como ha dicho él mismo en alguna entrevista, no podía volver si le habían pegado sin haberse vengado del modo más bruto porque su madre no le dejaba entrar en casa y así, el apocado Abdullah, llegó a convertirse en el esbozo de matón que desarrollaría más tarde. Pero entre tanta oscuridad, gritos y mal rollo en el hogar, la luz de Havva, su hermana querida, brillaba sobre todas y el día en el que la pobre casadera abandonó el hogar Abdullah se sintió más solo que nunca.


Los kurdos son un pueblo tan anclado en sus tradiciones como cualquier otro de los que pueblan Oriente Medio. No es raro ver a niñas de quince años ya casadas por sus familias en matrimonios de conveniencia, matrimonios como los de toda la vida, a veces a cambio de dinero o incluso de ganado, matrimonios que pueden convertirse en una pesadilla para las pequeñas. Y, en este caso, para su hermano, el paradójico tímido matón, el pequeño Abdullah Ocalan. Un momento en el que debió desarrollar un espíritu vengador, y hasta vengativo, oprimido por la pobreza, por la prolífica prole, por su madre tiránica, por su padre enfermo y por la pobre Havva que debió de abandonar el hogar mirando atrás con el rostro empapado en lágrimas. Tal vez por eso la guerrilla que Ocalan levantó años después tuvo un marchamo muy particular: un marcado, pero a su manera, sentimiento feminista.


Por las calles de las ciudades, incluso de las más rurales y apartadas, Ocalan es un héroe y las mujeres lo aclaman, gritan su nombre, llevan su foto y el número de ellas me parece muy alto para lo que se estilan las cosas en esta región del mundo. Llevan las banderas kurdas que se asocian al PKK, rojo, amarillo, verde, llevan pañuelos con esos mismo colores, llevan la cabecera de las manifestaciones y llevan muchos años llevando todo esto. En el monte, en el interior de la guerrilla, tienen también gran parte del peso de esta lucha ultramontana, y hay un punto de diferencia con otras organizaciones de la zona, como las palestinas, las árabes que luchan en Siria, y qué decir de las de clara orientación wahabita, donde las mujeres no pueden ni asomar la nariz de sus rigurosos chadores. En el PKK la mujer está en una situación de mayor igualdad, producto no necesariamente de la pobre Havva y del trauma que dejó en el impactado Abdullah sino en la orientación ideológica de estos rebeldes, anclados en un marxismo libertario que ha originado una sociedad más abierta en temas de género. Todo esto sin olvidar las sangrientas represiones internas y externas que propulsó el 'feminista' Ocalan, unas purgas que, por aquello de la igualdad, no respetó a hombres por ser hombres pero tampoco a las mujeres por ser tales. Una lucha que, por cierto, tampoco ha cambiado muchas de las costumbres y que deja a los hombres poblando los cafés jugando al dominó mientras ellas cargan con el peso del hogar.


En los inicios del PKK las mujeres no abundaban en una región en la que, como Havva, estaban destinada a casarse pronto y aliviar la situación económica familiar quitando una boca, como decía, y atrayendo dinerito fresco. Pero a partir de finales de los años ochenta, cuando se infiltraron en las universidades y Ocalan pretendió conferir un espíritu más urbano y cosmopolita a su lucha, las mujeres comenzaron a aflorar. Al principio como meras administrativas (porque una guerrilla necesita de todo, no se vayan a creer). Pero luego, una vez que la guerra aumentó de intensidad y los hombres kurdos terminaban en la cárcel por decenas de miles, tuvieron que multiplicar sus tareas, tapar las bocas hambrientas, buscar dinero donde lo hubiera, comportarse como hombres y mujeres al tiempo. Alguna hubo que llegó incluso a altos cargos en los primeros partidos kurdos que alcanzaron el Parlamento, como la carismática Leyla Zana, que pasó a la historia por hablar en kurdo en el hemiciclo por primera vez en la historia de Turquía y que terminó, por ello mismo (porque estaba prohibido por una ley que decía que el kurdo no existía y los kurdos tampocos), perseguida judicialmente y amenazada de muerte.

universitarias kurdas en Mardin

Como explica Aliza Marcus en su excelente Blood and Believe, a principios de los noventa las mujeres son ya un tercio de la guerrilla y el mismo Abdullah Ocalan aseguraba que su movimiento tenía, entre otras prioridades, la liberación de las mujeres. Una especie de shock colectivo en aquella sociedad rural y primitiva en la que las niñas eran carne de negocio, las mujeres en general carne de esclavitud y la sociedad todo un monumento al Patriarcado más rancio y casposo. Las mujeres vieron en la lucha de Ocalan su propia lucha y estuvieron, al parecer, dispuestas a olvidar incluso las barbaridades que el loco Abdullah hacía en sus propias filas. Las mujeres entrenan en el valle de la Bekaa, en el Líbano, entran en combate en la región turca de Sirnak, permanecen parapetadas en el norte de Iraq, o en las regiones kurdas de Siria, son parte integral ya del movimiento. Para muchas, la durísima vida en el monte es preferible a la vida esclava del hogar y las familias, a pesar de que muchas veces se resisten, no pueden evitar que se echen al monte porque, al fin y al cabo, se suponen que lo hacen por la patria kurda y que negarse a este acto de sacrificio es negarse a ser kurdo y eso está muy mal visto entre los vecinos. Y las jovencitas, aliviadas por lo que consideran un modo de escapara del destino de la pobre Havva, se echan al monte como escapatoria del pasado y como modo de reivindicar su papel en la utópica Kurdistán.

huelguistas en la ciudad de Gaziantep

Pero, paradojas de la vida, no dejamos de estar en oriente medio, no dejamos de estar en una sociedad con ramificaciones de lo más tribal y, aunque comunistas, musulmanes de obra y acción. El temor principal de los hogares es que las niñas, pues muchas no son aún ni mujeres, pierdan la virginidad, el honor más grande para las familias. Así que el PKK se adapta: mujeres sí, emancipación también, pero esto no es las FARC de Colombia, que en ocasiones parece un campamento de adolescentes hasta las cejas de éxtasis, sino una guerrilla recatada, pacata y muy de su región: Oriente Medio. El amor estaba prohibido y las relaciones sexuales se llegaban a pagar con la ejecución del gallito robacorazones. Claro que era difícil prohibir una cosa como el amor, tan etérea ella, y mucho más fácil de castigar un pollito, cogido in fraganti, una deshonra para la familia de la jovencita y un descrédito para la guerrilla, de la que podían pensar que era un despiporre y que tú, querida hija mía, al monte no te vas con esa pandilla de sátiros. La situación, decían, era de guerra, no de fiesta, aquí se viene a luchar y el sexo, el amor y todas esas paparruchadas están fuera de la lucha por la patria. Valor tenían de decirlo bajo un icono revolucionario tan del gusto de los kurdos como el del Che, que está por todas partes, un tipo que precisamente no tenía precisamente fama de cortarse un pelo con las rebeldes.


El mismo Ocalan fue muy criticado cuando se casó con su compañera de partido, Yesire Keldirim, una pija, a decir de todos, que no veía el mundo en la línea revolucionaria de su marido sino que quería su casa como Dios manda y que discutía con el germen del futuro Amado Líder delante de todos, para su oprobio y de los demás. Abdullah, atrapado entre el recuerdo de su enérgica madre, su no menos enérgica esposa, el recuerdo de su pobre hermana y la ideología izquierdista que predicaba la igualdad más allá de razas y géneros, no tenía otra vía que desarrollar un feminismo... a su manera, de Oriente Medio, y aunque terminó divorciándose y mandando a su otrora esposa a Grecia para efectuar labores internacionales (sobre todo para que no la ejecutaran en una de las purgas que no dejaba títere con cabeza), Ocalan la recordaba agradecido en las entrevistas, la mujer que le enseñó a intentar comprender a las mujeres (que ya es mucho para un kurdo ultramontano). Por eso, cuando la manifestación me lleva en volandas en un pueblo tan remoto como Cizre, a pies del Tigris y pegado a las fronteras siria e iraquí, parece que sólo veo mujeres, mujeres coloridas, mujeres que llevan banderas rojoverdeyamarillas, mujeres que gritan Ocalan a todo pulmón mientras esquivan las bombas lacrimógenas de la policía, mujeres con velo pero también muchas mujeres sin velo, mujeres que ululan y chasquean sus lenguas y hacen el signo de la victoria a dos manos, en la calle, desde las azoteas, las niñas más niñas y las abuelas más abuelas. Porque el movimiento kurdo es un movimiento con mucho de femenino, un movimiento feminista a su manera, una guerrilla de género donde, paradojas de la vida, el amor está prohibido por decreto.


©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com


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